(Mt 11,25-26)
Mi Padre puso todas las cosas en
mis manos, así como las ha puesto
también en toda la gente sencilla.
Estas cosas no eran objetos materiales, por
el contrario, eran sabiduría y autoridad sobre
todo lo creado.
En mi tiempo, los sabios y entendidos
eran los maestros de la ley y los fariseos,
quienes conocían la ley de Moisés, pero
me rechazaban a mí. En cambio, la gente
sencilla me recibió a mí y a mi mensaje en
su vida.
¿Quiénes son las personas sencillas en
todas las épocas? Son quienes tienen el
alma libre, no se apegan a las cosas y
están abiertas a la confianza de Dios.
Di gracias a mi Padre porque no
mostró estás cosas, las maravillas del
mundo, a los que saben mucho, sino a
los sencillos. Mi Padre escondió estas
cosas a quienes creían saberlo todo.
Los sencillos tienen el espíritu puro
y, sin lugar a dudas, están libres de
ambiciosos deseo de poseerlo todo. Así,
la sabiduría más profunda, el misterio
más asombroso, e secreto del universo
entero sólo puede pertenecerle a quienes
son sencillos y a quienes entienden que no
hay nada más valioso que tener virtudes y
sabiduría en sus manos por gracias de Dios.