El 1ero de junio 1905, cuando Mons. Juan Bautista Scalabrini casi murmurando una oración, entregaba su bella alma a Dios
la noticia de la muerte, llegada rápidamente
produjo en la diócesis (de Piacenza, Italia) y en la Iglesia un eco atónito y conmovedor, expresado en la condolencia, que se hace a menudo el inicio de una glorificación en la intuición del pueblo: ¡Ha muerto un santo!
Un testigo ocular dice que: Por la fama de santidad que se había obtenido a través de las múltiples obras de caridad, durante varios días un verdadero peregrinaje de ciudadanos y de fieles
desfilaron por última vez para ver los restos del Obispo; varios sacerdotes se ofrecieron a tocar en el féretro las medallas, crucifijos y rosarios de la multitud, que quería conservarlos como un recuerdo precioso santificado por ese contacto.
A 109 años de la muerte de este gran hombre y humilde sacerdote, destinado a ser obispo y pastor del rebaño de Dios, su recuerdo está más presente que nunca. El vio en cada uno, y especialmente en los humildes, el rostro de Cristo. Hizo suya la causa de los migrantes, buscando siempre defender sus derechos y dignidad; y en el deseo de ofrecerles asistencia invitó a sacerdotes, religiosos y laicos a hacerse migrantes con los migrantes.
Esta santidad de Mons. Scalabrini no se quedó en el anonimato; el 9 de noviembre 1997 el papa Dan Juan Pablo II lo proclamó Beato.
Generaciones de migrantes y sus descendientes que, juntos con sus misioneros, han dirigido su mirada al Beato Juan Bautista Scalabrini en busca de inspiración y guía, ahora lo invocan en sus oraciones como amigo, protector y padre.
Fuente/Autor: La Redacción