El perfil del Gandhi Mexicano
En esta ocasión, haremos un recorrido por la vida de uno de aquellos hombres que serán elevados a los altares el próximo 20 de noviembre en el Estadio Jalisco, por el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal José Saraiva Martins.
Y para abrir con «broche de oro» iniciaremos con quien encabeza la lista de estos laicos y sacerdotes: , un ilustre laico, organizador de la resistencia pacífica, llamado el «Gandhi Mexicano» por buscar, por los caminos de la paz y a precio de su sangre, el entendimiento entre los mexicanos.
Del corazón de Los Altos
Anacleto González es oriundo de Tepatitlán de Morelos, Jalisco. La fecha de su nacimiento está registrada el 14 de julio de 1888, aunque algunos biógrafos afirman que fue el 13 de julio. Fue hijo de María Flores Navarro y de Valentín González Sánchez, quien se dedicó a la fabricación de rebozos en un taller familiar en el que colaboraban sus hijos, entre ellos Anacleto.
A los 17 años, participar en un retiro espiritual lo llevó a decidirse por el Seminario y a partir de entonces se dedicó a la enseñanza del catecismo en los párvulos, a visitar a los inválidos; pero su inquietud intelectual se afianza estando en la barbería, donde lee los Estudios filosóficos del cristianismo, de Augusto Nicolás. Como seminarista fue un alumno destacado. Sustituyó a maestros por obediencia, según las circunstancias. A los dos meses ya hablaba latín con sus profesores y ésta fue una de las causas por la cual, en 1912, se le pidió realizar un viaje a la Ciudad de México para hacer una curiosa comisión: Tratar de demostrar el movimiento continuo, una ley física que uno de sus paisanos creyó descubrir. Al darse cuenta de su falta de vocación para el Sacerdocio abandonó el Seminario, no obstante que le habían ofrecido una beca para estudiar en Roma.
Hombre de letras
Anacleto era un poeta de nacimiento y un apasionado orador. Su primera tribuna fue el brocal del pozo, en su hogar, donde podía escuchar el eco de sus palabras. Posteriormente sorprendió a propios y extraños un 16 de septiembre a través de un discurso de nacionalismo acendrado que pronunció en la plaza pública de su pueblo natal. Fue un verdadero místico de la palabra, ya que tenía cualidades oratorias extraordinarias. En 1919 pronunció el discurso de la ACJM y salió ovacionado de esta reunión que se celebró en la Ciudad de México. Estudió jurisprudencia y al mismo tiempo repetía el Bachillerato, por no contar con el reconocimiento de los estudios que realizó en el Seminario. También trabajó como albañil cuando más arreciaba el hambre; asimismo, cuidó de su cuñada, de su sobrina y de su hermano, enfermo de tisis. Tiempo después reafirmó su vocación magisterial al enseñar Apologética, Historia y Literatura, y corregía a sus alumnos.
Hombre de acción
En Guadalajara Anacleto participaba en muchas actividades sociales y religiosas: En 1916 ingresó a la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), que había sido fundada en la Ciudad de México por el padre jesuita Bernardo Bergoend, y a la que le dio todo su apoyo y entusiasmo juvenil.
La ACJM ofreció a Anacleto un campo propicio para desarrollar sus dotes de organizador. Esta asociación tenía un plan de acción que respondía a todas las actividades del apostolado seglar: Catecismo, visita de cárceles, conferencias, sanas diversiones. Anacleto, al empezar los juegos decía: «Hay libertad para todo y para todos, menos para el pecado y los malhechores».
El 22 de julio de 1918 comenzaron los primeros roces entre el gobierno y los católicos por unas leyes impopulares que promulgó el Gobernador Manuel M. Diéguez. De ahí surgió la «resistencia pacífica», cimentada en la filosofía de Mahatma Gandhi, y que rendiría frutos abundantes a los laicos y al clero.
El arma de la paz
Cuando el Gobierno Federal profanó los templos y arreció el hostigamiento a los ministros de culto, la reacción de los fieles católicos no se hizo esperar. Anacleto organizó enseguida la Unión Popular, inspirándose en la experiencia del catolicismo alemán de Ludwig Winhorst. Por votación unánime se le nombró jefe de la resistencia. En la organización de la Unión Popular había jefes de manzana, de sector, de parroquia, de ciudad, de región; de esta forma se extendió la «telaraña» que trataba de defender, por medio de la paz, el derecho de los mexicanos por vivir su tradición, su independencia, su religión, y en una palabra, su propia vida. La consigna del primer año fue: «Catecismo, escuela y prensa».
El «Gandhi Mexicano» fundó el periódico Gladium (Espada), como órgano oficial del movimiento, asumiendo funciones de escritor, impresor y hasta de distribuidor en las puertas de los templos y domicilios particulares. En uno de los primeros números escribió: «Nunca nos preocupó defender nuestros intereses materiales, porque éstos van y vienen; pero los intereses espirituales, éstos sí los defendemos, porque son necesarios para obtener la Salvación. No podíamos aceptar que los templos fueran profanados. No podíamos permitir que desterraran a nuestros prelados y sacerdotes, que bautizan a nuestros hijos, nos dan el Pan Eucarístico y en la hora de la muerte nos auxilian con los Sacramentos para alcanzar la Vida Eterna».
Un boicot por la fe
El 30 de julio de 1926 fue una fecha fatídica para México, pues en ese día se decretó la suspensión de culto; por lo que numerosas organizaciones católicas, entre las que sobresalían la UP y la ACJM, unieron esfuerzos y emprendieron una campaña, en todo el País, contra la entrada en vigor de la llamada «Ley Calles»; su propósito era crear un estado de intensa crisis económica, que obligase al Gobierno a modificar la situación de opresión legal en que vivía la Iglesia Católica en México.
El boicot, a pesar de que imponía grandes sacrificios, como el de abstenerse de lo lujoso y de lo superfluo, reducir el uso de vehículos a lo indispensable, se mantuvo heróicamente durante varios meses, y fue la principal forma de resistencia activa de los católicos contra el gobierno agresor. Como figura simbólica, por su múltiple y hábil acción en propagar el boicot, por su brillante elocuencia en la tribuna y en el ejercicio periodístico, y por la fuerza de su proselitismo se recuerda al Lic. , quien explicaba esa acción de resistencia de la siguiente manera: «El boicot es la llave con la que forzaremos el paso a la libertad. Todo el que sabe sufrir puede ser libre… Las fuentes de producción son la gallina, que pone los huevos de oro con que los verdugos pagan soldados y compran bayonetas… El Gobierno ha declarado a la Iglesia un boicot implacable, radical, a muerte. Pero el nuestro se funda sobre esta base inconmovible: Dios sobre todas las cosas. Dios sobre el hambre, sobre la sed, sobre todo».
Dios no muere
fue apresado el 1 de abril de 1927, junto con los hermanos Vargas González y fusilado el mismo día. Anacleto, antes de morir, se dirigió al General Ferreira, jefe del pelotón que lo capturó, para decirle que lo perdonaba de corazón y que, cuando le llegara su hora, de frente al tribunal de Dios, tendría ante el Creador un intercesor en él. Resulta destacable que los soldados no se atrevieron a disparar sobre Anacleto, por lo que el General Ferreira, debido a la actitud de los soldados, hizo una seña al capitán del pelotón, quien le dio un culatazo, hundiéndole el pecho.
Cuando Anacleto cayó, entonces los soldados dispararon sobre él, quien todavía pudo reincorporarse para decir, con fuerte voz: «Por segunda vez oigan las Américas este grito: Yo muero, pero Dios no muere. ¡Viva Cristo Rey!».
Fuente/Autor: Arnold Omar Jiménez Ramírez/El Semanario