El Padre Flor, que hoy recibe el Premio Nacional de Derechos Humanos, es también un poeta con una gran sensibilidad para con todos los “samaritanos” de hoy. Editamos una de sus poesías.
Te llamaban Manuel,
no alcanzabas aún los 20 años
cuando saliste rumbo al Norte.
Tenías la osadía de los jóvenes
andabas con un puñado de descamisados
y te aventaste en la aventura del mañana.
En la jerga te decían que ya la hacías,
el muro de púas estaba a tu alcance,
cuando un tren carguero,
tren de la esperanza
te arrolló…
Caíste como hijo de América latina,
los brazos cruzados sobre las durmientes y
una mano destrozada apuntando hacia el Norte.
Venías de una tierra pobre,
anillo estropeado de América Central:
te encontraron con los ojos abiertos
y siete Lempiras.
Plantaron una cruz entre las piedras,
mezclada con los postes y las señales
hasta que florezca como jardín de la resurrección.
¡Hasta luego, Manuel!
caminantes, viajeros y mercadería
seguirán pasándote a lado
peregrinos hacia una Pascua
que tú ya alcanzaste.
* Murió arrollado por el tren en territorio mexicano.
Fuente/Autor: Padre Florencio María Rigoni, cs