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Una carta con visión

27 de enero de 2020

Esta es una carta que me marcó en la vida, llegó como anónima y al final la podría firmar como mía.

Querido amigo(a):

Cuando tenía dieciséis años, era un chavo normal, me gustaban las niñas y los bailes, estudiaba preparatoria y estaba a punto de graduarme.

Antes no me importaba nada que no fuera diversión hasta que me pasó lo siguiente: Estaba en casa de un amigo cuando le preguntaron al hermano más chico, quien tenía unos 5 ó 6 años, qué quería ser de grande. Él contesto con seguridad: ’bombero, porque me gustaría salvar vidas y apagar incendios’.

Fue entonces cuando me pregunté por primera vez: ’¿Qué quiero de mí cuando sea grande?, ¿Qué voy a hacer con mi vida?, ¿Qué dejaré cuando muera?, ¿Cómo quiero que sea mi esposa?, ¿Qué daré a mis hijos?’

Muchísimas preguntas más me vinieron a la mente. Pero lo dejé pasar sin ponerle mucha atención, como cualquier cosa que me causaba inquietud o miedo.

Días después me tope con un amigo, bueno, un compañero al que le iba muy bien en todo: tenía amigos y era respetado por todos. Entre un tema y otro le pregunté cómo le hacía para obtener buenas calificaciones. Me contestó que se esforzaba un poco en poner atención en clases y después repasaba un poco antes del examen para aclarar sus dudas y puntos débiles.

Inquieto, le pregunté la razón por la que se preocupaba por obtener buenas notas. Me contestó que quería que su vida no fuera en vano; él deseaba llegar a ser un buen empresario, tener algo qué darle a sus hijos cuando los tuviera; y, lo más importante de todo, anhelaba ir construyendo su lugar en el cielo.

Le dije en tono burlón que era un santurrón, un nerd, y otras cosas que parecieron no molestarle, por lo que me fui un poco confuso.

Unos días después de los exámenes semestrales, encerrado en mi cuarto, castigado, sin poder salir, pensé en el sermón que me echó aquel compañero nerd.

Concluí que era yo quien estaba mal, que justificaba mi flojera porque no tenía un ideal en la vida, que me valía todo lo que fuera formación, que no sabía bien lo que quería, que ni siquiera me había preguntado quién podría llegar a ser, con todo lo que había recibido.

Fue entonces cuando me propuse dar algo de mí, para mí, para mi futura familia, para los demás y para construir mi vida en el futuro y mi casa en el cielo desde ese momento. Recordé una frase que un maestro acostumbraba decir cada día, y que a partir de entonces marcó el rumbo de mi vida: ’Haz lo ordinario, extraordinario’.

Ahora tengo 33 años, estoy casado con la mejor mujer que pude encontrar y me ha dado unos hijos a los que amo más que a mi mismo. Me sé amado, he caído, me he levantado, he recibido más de lo que he dado y gracias a esa reflexión, mi vida, que parece ordinaria, es en realidad extraordinaria.

Un amigo que te quiere ayudar.

Con esta sencilla carta podemos decir que el tener un ideal en la vida es como tener toda la energía necesaria para lograr ser quienes queremos ser.

Al leérsela a una amiga, me preguntó a qué se refería la frase: ’Haz lo ordinario, extraordinario’. Le contesté que si ella hacía todo lo que le corresponde hacer: estudiar, pasear, entrenar, todo lo cotidiano, poniendo en ello su mayor esfuerzo, ésto se convertiría poco a poco en una forma de vivir que haría de ella una persona extraordinaria.

¿Qué opinas? ¿No está hecho el mar por pequeñas gotas de agua y la playa por pequeños granos de arena?

Fuente/Autor: Alejandro S. Julián

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