“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Un verdadero héroe

27 de enero de 2020

Esa mañana manejé más rápido porque a las 10:00 presentaba mi examen final de Filosofía. La noche anterior estudié como loca porque el maestro dijo que la nota que obtuviéramos en el examen sería la que aparecería directamente en la boleta de calificaciones. Yo llevaba mis apuntes en la mano y aprovechaba cada semáforo en rojo para repasar el material y recordar los últimos detalles.

Decidí tomar un atajo, pues mi reloj marcaba las 9:40 y todavía faltaban muchas cuadras para llegar a la universidad. Enfilé hacia una angosta y solitaria calle que corría en una sola dirección. No recorrí ni la cuarta parte de mi camino cuando, de repente, salió de entre los árboles un niño como de unos 10 anos de edad, con los ojos empapados de lágrimas, gritando algo que no pude entender. Me asusté mucho; tanto, que podía escuchar los latidos de mi corazón acelerado por la desagradable sorpresa. Avancé unos metros y estacioné el coche junto a unos basureros. Abrí la puerta con temor; no sabía qué pasó; sin embargo, algo dentro de mí me decía que debía bajarme y averiguarlo, tal vez alguien necesitaba mi ayuda.

Corrí hacia el niño y le pregunté la razón de su llanto; él sólo levantó el brazo y señaló hacia su casa. Caminé rápidamente y crucé el umbral de la puerta. Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero: una mujer yacía en el suelo completamente inmóvil, tal vez, sin vida.

Por unos segundos quedé paralizada, ignoraba qué debía hacer. Por fin, reaccioné y le pedí al niño que me indicara el lugar donde se encontraba el teléfono. Al lado estaba un directorio telefónico, así que me resultó más fácil conseguir el número de una ambulancia. Mientras la unidad médica venía en camino, un joven paramédico me daba instrucciones, desde el otro lado de la línea, para ayudar a la mujer. Supimos que no estaba muerta, pues tenía pulso; la coloqué en la posición que el joven me indicó, y esperé a que llegara la ambulancia.

Al cabo de cinco minutos, escuché una sirena que anunciaba la llegada de los médicos; unos cuantos segundos después me encontré rodeada de enfermeros que iban y venían, tratando de salvar la vida de aquella mujer. Observé en silencio todo el panorama, como quien ve una película donde las escenas se desarrollan tan rápidamente que apenas y da tiempo de asimilar su trama.

Al poco tiempo me encontré sola en medio de aquella habitación, afuera se reunió un gentío que intentaba, lleno de curiosidad, averiguar qué había ocurrido. Un joven paramédico entró y se acercó para hacerme varias preguntas sobre la identidad de aquella pobre mujer; le expliqué que no tenía ningún vínculo con ella, que yo sólo pasaba por ahí…

Caminé de regreso al coche. Mis pasos eran lentos y pesados. Mi mente trataba de entender qué había pasado, pero los sentimientos y las emociones eran barreras infranqueables que le impedían realizar su labor. No conocía a aquella mujer, pero deseaba con todas mis fuerzas su recuperación.

Cuando cerré la puerta del coche otro sudor frío me recorrió el cuerpo: ¡eran las 10: 30!, mi examen había empezado hacía media hora y, seguramente el maestro no me dejaría presentarlo. Con seguridad reprobaría la materia y tendría que repetirla de nuevo el próximo semestre.

Entré al salón, todos estaban concentrados en su examen, no se escuchaba ni un ruido en toda la habitación. El maestro me observó detenidamente y señaló su reloj con el dedo índice de su mano derecha, reprochándome la tardanza. Me acerqué y traté de explicarle lo sucedido, pero no me escuchó, dijo que la hora para iniciar el examen había pasado y por lo tanto yo ya no tenía derecho a presentar.

Salí del edificio y me dirigí al estacionamiento donde dejé mi coche. Me sentía muy triste y enojada por la situación. Repetiría la materia injustamente; yo estudié mucho para ese examen y tendría cero en la calificación por llegar media hora tarde… ¡y ni siquiera fue mi culpa!

Al pasar junto a la caseta que está a la entrada del estacionamiento me fijé en un letrero que había estado allí por mucho tiempo, pero al cual nunca presté atención. Con gruesas letras negras pintadas sobre un fondo blanco, decía: “Héroe es aquél que aparece justo en el momento indicado y no deja para mañana lo que puede hacer hoy”.

Entonces entendí el significado de aquellas palabras y la trascendencia de lo que acababa de ocurrir. Si yo hubiera decidido seguir adelante cuando vi a ese niño llorando en la calle y no me hubiera detenido a ayudarle, tal vez, aquella mujer habría muerto…

Ahora sé que no importan los sacrificios, las renuncias, las tristezas o el aparente fracaso. Nada se compara a la satisfacción de ayudar a alguien. Cuando comprendes la importancia que tienen tus actos entiendes que nada ocurre por coincidencia, que para todo hay un motivo específico. Es por eso que, cuando se trata de hace el bien y ayudar a alguien más, no debemos detenernos a medir las consecuencias de nuestros actos: “¿Me conviene o no me conviene?”, “¿qué beneficios trae para mi?”, “¿vale la pena?”, sino lanzarnos inmediatamente a realizar aquello que nos traerá la verdadera felicidad, aunque al principio pueda parecer lo contrario.

Este semestre tendré una mala calificación en mi boleta, pero tengo la seguridad de una segunda oportunidad; sin embargo, aquella mujer no hubiera gozado de este privilegio si no la hubiese ayudado. Y a ésta, ninguna alegría se le puede comparar.

Si no lo haces tú…. ¿quién?,
Si no es aquí… ¿dónde?,
Si no es ahora… ¿cuándo?

Fuente/Autor: Lupita Cervantes

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