“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Un sí como el de María

27 de enero de 2020

El sí de María es la palabra humana más importante que se haya pronunciado. Es una palabra cargada, llena de matices y valores.

Destacamos:

Un sí permanente
María desde su primera conciencia, y aún en el subconsciente, está ensayando el sí. Su vida entera es un sí a Dios, como quiera y en quienquiera se manifieste. Ella dijo sí con su palabra o con sus sentimientos, o con su pensamiento o con sus gestos, con su vida entera. Ella dijo sí y ya nunca se volverá atrás, aunque no sepa adónde la llevará.

Un sí gozoso,
dicho en positivo, no contrariado o angustiado. Es fruto de la gracia. Por eso es gratuito, nada pide a cambio.

Un sí humilde
no desde la autosuficiencia, sino desde la pequeñez y la pobreza.

Un sí libre,
no desde el miedo o la imposición, sino desde la lucidez y el amor.

Un sí responsable,
bien consciente, bien pensado y decidido, acepta las consecuencias, aunque no las sepa hasta el fin.

Un sí confiado,
porque pone su fuerza en Dios como en un Padre; es un sí filial.

Un sí creyente,
fruto de la fe, un sí que es fe, un sí al misterio. No sé, pero acepto.

Un sí enamorado,
como el de una novia, porque Dios es todo su amor. Nada puedo negarte, porque te amo.

Un sí maternal,
con entrañas y anhelo de madre, abierto a la ternura y la misericordia.

Un sí de plenitud,
porque no es sólo el sí de una persona, sino el sí de la criatura humana; un sí que recoge todas las actitudes afirmativas de la humanidad, especialmente del pueblo elegido, pobre y humilde, de todos los pobres de Dios, los que sólo confiaban en Él, los que todo lo esperaban de Él. El sí de María recoge el sí de Abrahan y todos los creyentes; el sí de Isaac y el de todos los hijos que confían; el sí de Jeremías y de todos los Profetas que obedecen y se entregan y cantan al mundo nuevo; el sí de la madre de los Macabeos y de todos los mártires, que ponen su vida en Dios, hasta el fin.

Un sí entregado,
porque pone toda su vida en las manos del Padre, en las manos de Dios. Es signo de la obediencia radical: lo que Tú digas, Padre, lo que Tú quieras.

Un sí reparador,
por todos los noes pronunciados, por todas las rupturas del hombre con Dios.

Fuente/Autor: Rafael Prieto

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