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Misión en Ciudad Hidalgo, Chis.

27 de enero de 2020

Los Postulantes Scalabrinianos se están preparando al Noviciado en Chiapas. Nos llegó este correo, que con gusto editamos.

El 29 de agosto de 2005, Hermilo y Yo arribamos, acompañados por el P. Antonio, a lo que sería la sede para la experiencia de misión en este tiempo de postulantado; Ciudad Hidalgo, Chis. El P. Anastasio Ramos, responsable de la Parroquia de San Andrés Apóstol, fue quien nos recibió y posteriormente nos indicó en donde nos hospedarían.

El hospedaje nos fue dado por David Vázquez y su Familia (Edith su esposa, Deisy, Laura y David, hijos suyos; Francisco y Margarita, papás de David). David es uno de los encargados de la Pastoral Social a nivel parroquia, y junto con sus hermanos Fernando y Arturo, son ya años que están brindando, en la medida de sus posibilidades, un servicio a los hermanos y hermanas migrantes que llegan a la ciudad y que se quedan allí uno o dos días hasta la salida del tren que los llevará, si corren con suerte, al culmen del sueño americano, que para muchos suele convertirse en pesadilla . Según nos ha compartido David, ha podido acompañar a varios reporteros y fotógrafos que vienen del extranjero para elaborar una especie de documental sobre la frontera sur de México, frontera que no sólo ha sido olvidada sino que se ha convertido, en la actualidad, en tierra de nadie.

Con todas sus limitantes, David y su familia nos brindaron un rincón donde descansar y una mesa humilde donde compartir no sólo los alimentos sino la vida misma. El cometido para estos primeros días de misión fue participar en la organización de la celebración del Día nacional e internacional del migrante, que aunque no fue del completo agrado del P. Anastasio en cuestión de organización y orden, hubo participación de la comunidad parroquial y pues al menos algo se hizo a nivel público a favor de los migrantes que son sujetos de distintas vejaciones y de los que se aprovechan infinidad de personas, desde el triciclero hasta los militares. Por lo menos las conciencias se movieron.

El 6 de septiembre, se unen Ramiro y Gregorio para completar el grupo de Misión en ciudad Hidalgo. Ellos fueron hospedados en casa de Fernando, hermano de David, aunque en el comienzo quedaron separados, Gregorio se hospedaba cerca del Río Suchiate, cruce usado por los migrantes centro y sudamericanos y Ramiro en casa de Fernando, hermano de David, cuya casa se ubica cerca de las vías férreas y lugar concurrido por varios migrantes para pedir un poco de agua o comida.

Por las mañanas, nos dimos siempre la oportunidad de rezar con la Liturgia de las Horas, en algunas ocasiones acompañados por las familias que nos hospedaron respectivamente. Después, a lo largo del día, cada uno buscaba su espacio para la oración personal y por las tardes participábamos en la celebración Eucarística, si ésta era llevada a cabo.

La situación en la que la ciudad se encuentra rindió elementos de oración. La situación de los migrantes en las vías del tren, donde resisten sol, hambre y lluvia, sin tomar en cuenta el rechazo de la gente cercana a la estación de ferrocarril que ya está cansada de que día con día se repita la misma historia aunque con distintos protagonistas. Esto no significa que hubiera gente generosa y de buen corazón que diera a los migrantes desde su pobreza. Hay ejidos que son paso obligado para los migrantes, Ramiro y Yo pudimos visitar uno de ellos de nombre Dorado Nuevo. Éste ejido es atravesado por las vías del tren. Compartiendo con algunos habitantes, supimos que, sobre todo por las noches, grandes grupos de migrantes transitan por el ejido rumbo a Tapachula, aunque no siempre de manera tranquila, es decir, muchas veces son perseguidos por la policía o por grupos de maras ubicados en las orillas del camino cual fieras depredadoras esperando la víctima. Muchas veces son asaltados también por mismos habitantes de los ejidos.

Aunque hicimos lo nuestro la misión rayó más en experiencia parroquial, que no tiene nada de negativo pero sí algo de desacostumbrado. Me explico. En las distintas experiencias de misión a nivel seminario, hacemos siempre labor catequética y de animación en distintas comunidades; esto para nosotros quizá hubiese sido de mayor satisfacción, pero atendiendo a la petición e interés de P. Antonio de conocer más de cerca el trabajo que se hace en una parroquia nos limitamos a las actividades ya programadas por el P. Anastasio y estar al pendiente de lo que pudiera necesitarse. Participamos en las reuniones de Pastoral Litúrgica, encuentros semanales de las CEBs (Comunidades Eclesiales de Base) y acompañamos las celebraciones eucarísticas ya programadas en algunos ejidos. Hay representantes de otras pastorales pero poco supimos cuando se reunían ni que hacían, por ejemplo la pastoral profética y la pastoral juvenil.

El argumento de P. Anastasio, para no mandarnos a comunidades, coincidió con el deseo de P. Antonio. No ibamos a ocupar el puesto de los catequistas, cuya función es enseñar y animar la comunidad; sin embargo, varios de estos catequistas nos expresaron el deseo de que fuéramos a trabajar en sus comunidades, nosotros nos limitamos a decirles que hablaran con el P. Anastasio para no entrar en dificultades. Aprendimos a “perder el tiempo”, sabiendo que por lo menos hacíamos acto de presencia en la Parroquia, dejando saber que hay gente que se dedica a la atención y servicio de los migrantes y refugiados, a quienes, incluso varios agentes de pastoral, poco o nada les interesan.

Un par de veces visitamos las vías férreas y el Río Suchiate. En ambos lugares son situaciones bien distintas dentro de una misma situación. En el Río hay una mafia bien organizada que es integrada por balseros, militares y tricicleros. Los primeros se encargan de cruzar a los migrantes por el río cobrándoles en ocasiones hasta treinta dólares sólo por el cruce , una vez llegados los migrantes a la ribera mexicana, los militares los interceptan, los detienen un rato mientras les piden, según nos compartieron algunos migrantes, $100.00 por cada uno para permitirles la entrada; para esto, ya los tricicleros están listos para transportarlos y se disputan el traslado de los migrantes como lo que son para ellos, simple mercancía, éstos cobran por adelantado y si el migrante no paga lo que se le cobra, se le pide lo que trae y se le despacha de inmediato sin devolverle su dinero y mucho menos transportarlo a las vías.

En las vías, los migrantes “viven” con un poco más de seguridad, ahí no son molestados por militares, pero sí son presas de continuas revisiones de parte de la Policía sectorial que hace continuos recorridos para detectar maras, en algunas ocasiones los agentes de policía se han sobrepasado con las mujeres en tocarlas; éstas, ocasionalmente, también son utilizadas por migrantes como pasaporte, es decir, se ofrece a las mujeres como paga para permitirles la entrada a México, no es muy usual pero sí se han dado casos.

A nivel general esta fue nuestra labor en ciudad Hidalgo, sin embargo la experiencia a nivel personal deja distintas resonancias y dejo ahora el espacio para una reflexión personal.

Nuestra iglesia sigue siendo una Iglesia de mujeres. En la mayoría de las reuniones en las que pude participar muy poco se veían hombres y de igual forma en los trabajos a nivel pastoral. En esta parroquia de San Andrés, se cuenta con una aceptable organización pastoral, aunque, como buenos mexicanos, en el trabajo siempre nos quedamos cortos; mucho se habla y poco se hace, mucho se propone y poco se compromete.

Me gustaría que la acogida, recepción y hospitalidad que me fue dada, fuera también otorgada a los migrantes. Los migrantes, aunque están ahí no se les ve, y no se les ve porque no hay quien los muestre; una sola persona no puede hacer el trabajo que compete a una comunidad parroquial. La caridad no tiene un grupo definido pastoralmente, es algo que compete a todo aquél que pretende ser cristiano de verdad. No podemos encerrarnos en nuestra burbuja de cristal y permitir entrar en ella sólo a quienes nos pueden redituar los favores y los servicios hechos. La caridad exige salir de sí mismo para mirar el prójimo, san Pablo lo ha dicho bien claro en su mensaje y la enseñanza de la Iglesia ha sido incisiva en este punto, estando encerrados en nuestro mundito sólo nos contemplamos a nosotros mismos mientras que el otro queda encerrado en la misma situación de marginación, rechazo y olvido. La caridad es algo que no nos puede cansar, si damos con un corazón generoso y alegremente, seremos bendecidos de veras por el Señor y recompensados por él, quizá no de forma material, pero sí en bienes espirituales, sobre todo en la satisfacción de ser siervos inútiles.

Fuente/Autor: José Luis, Seminarista Scalabriniano

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