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Mirando juntos hacia el futuro

27 de enero de 2020

El instinto sexual al servicio del amor.

Todas las razones profundas, en favor del verdadero amor, y por tanto de la misma felicidad de los novios y los esposos, son las que han llevado siempre a la Iglesia a mantener su doctrina coherente en torno a la castidad prematrimonial y matrimonial.

En el documento de la Santa Sede “Orientaciones educativas sobre el amor humano” encontramos recogida la doctrina de la Iglesia sobre estos aspectos: “La castidad consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor y de integrarlo en el desarrollo de la persona. Fruto de la gracia de Dios y de nuestra colaboración, la castidad tiende a armonizar los diversos elementos que componen la persona y a superar la debilidad de la naturaleza humana, marcada por el pecado, para que cada uno pueda seguir la vocación a la que Dios lo llama” (n. 18).

Y más adelante: “Las relaciones íntimas deben llevarse a cabo dentro del matrimonio, porque únicamente en él se verifica la conexión inseparable, querida por Dios, entre el significado unitivo y el procreativo de tales relaciones, dirigidas a mantener, confirmar y manifestar una definitiva comunión de vida -“una sola carne”- mediante la realización de un amor “humano”, “total”, “fiel” y “fecundo”, cual es el amor conyugal. Por esto, las relaciones sexuales fuera del contexto matrimonial, constituyen un grave desorden, porque son una expresión reservada a una realidad que no existe todavía; son un lenguaje que no encuentra correspondencia objetiva en la vida de dos personas, aún no constituidas en comunidad definitiva por el necesario reconocimiento y garantía de la sociedad civil y, para los cónyuges católicos, también religiosa” (n. 95).

Dada la fuerza de la pasión y las reacciones físicas y psíquicas que provoca, en esta “escuela del amor” que es el noviazgo, corresponde a los dos ayudarse mutuamente para que sus relaciones llenas de respeto, de ternura, de limpieza y de afecto, estén siempre reguladas según la voluntad de Dios creador. Para ello es necesario el esfuerzo continuo para dominar y dirigir las propias pasiones y para ayudar con discreción a la otra persona a conseguirlo. También en el noviazgo cristiano, la cruz redentora de Jesucristo encuentra su expresión y conduce a los novios, a través del dominio personal, a la maduración del amor definitivo y oblativo.

Superarse, en cuanto pareja, supone todo eso. Superarse ayudándose mutuamente a madurar en el amor, elevando y purificando al amor. Un afecto que no se reduzca al nivel físico o a sentimientos, sino cargado de madurez humana; un amor que sabe de donación verdadera, de sacrificio; un amor que quiere mantenerse fiel para siempre: el verdadero amor humano abre su horizonte hacia la misma eternidad; como escribía Gabriel Marcel, “amar a una persona es decirle: tú no morirás”.

Ojalá sepan los jóvenes cristianos vivir de tal modo su noviazgo que les ayude a madurar verdaderamente en su amor, con la garantía que ello supone de una vida feliz. Aprovechen la vivencia de ese período, de esa “escuela del amor”. Piensen que lo importante en el noviazgo no es estarse mirando tiernamente uno al otro, sino mirar ambos hacia el futuro.

Conclusión

“Ojalá que estas reflexiones que he podido poco a poco hilvanar y que deseaba comunicarles, puedan servirles de ayuda. Me ha impulsado un sincero y profundo deseo de llevar un poco de luz a sus vidas para que aprovechen bien esta etapa del noviazgo tan importante para que logren la propia auténtica felicidad. Ello podría también ayudarles, en cuanto cristianos a testimoniar con sus vidas, con su modo de vivir el noviazgo, y luego el matrimonio, que existe el amor verdadero, limpio y duradero, y que en él encuentra el hombre su felicidad”.

Fuente/Autor: Catholic.net

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