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Mundo Misionero Migrante

Migrantes hallan alivio en diócesis de Tehuantepec

27 de enero de 2020

En su periplo hacia EU, los migrantes centroamericanos, hambrientos y sin dinero, encuentran ayuda con el párroco José Solalinde. El sacerdote es acusado por Migración y el alcalde de Ixtepec de obstaculizar operativos anti-maras.

Domingo 26 de noviembre de 2006

CIUDAD IXTEPEC, Oax.

Enfermos, hambrientos, con sed, cansados y las más de las veces sin dinero en los bolsillos porque son asaltados en el camino, los migrantes centroamericanos encuentran en esta ciudad el alivio a las penurias que enfrentan en su periplo hacia Estados Unidos.
“En diciembre cumplimos un año con el trabajo de ayuda a los migrantes. Aquí les damos comida, agua, medicina, ropa; aquí disfrutan un par de horas de atención humana”, dice el párroco José Alejandro Solalinde Guerra, coordinador del Comité de Movilidad Humana de la Dócesis de Tehuantepec.

Sin embargo, el sacerdote, de 61 años de edad, lamenta que frente a la gran solidaridad cristiana de los istmeños prevalezca la insensibilidad de las corporaciones policiacas, entre ellas el Instituto Nacional de Migración (INM), que “tratan a los migrantes como si fueran criminales o terroristas”.

La vieja estación ferroviaria de esta ciudad del sur de Oaxaca es el paraíso de los indocumentados procedentes de Centroamérica.

En cuanto llega el tren de Arriaga, a un lado del puente que atraviesa el río Los Perros, más de 20 voluntarios sirven la comida.

Acusado por agentes del INM y por el alcalde ixtepecano, Felipe Girón, de “obstaculizar” los operativos antimaras, Solalinde Guerra ataja de inmediato: “No me opongo a las revisiones. Como Iglesia nos oponemos a que los traten mal, que los consideren criminales, que les roben el escaso dinero que traen”.

Mientras recorre el pequeño terreno que solicitó al alcalde, donde construirán una capilla-albergue, el párroco considera que en el lenguaje de las autoridades mexicanas “hay una doble moral”, porque piden respeto para los migrantes mexicanos en la frontera norte y aquí violan los derechos de los indocumentados centroamericanos”.

Para el acopio de comida, frutas, medicinas y ropa, los colaboradores anónimos del Comité de Movilidad Humana acuden cada jueves al mercado de Juchitán. “Ahí nos regalan todo”, dice Solalinde Guerra.

De acuerdo con el párroco, “hay una tendencia nacional que se refleja en el Istmo: los policías municipales o estatales secuestran a los migrantes en los ranchos o en los hoteles y los abandonan a su suerte una vez que les quitan su dinero.

“Ya les dijimos a los migrantes que el camino de Unión Hidalgo a Juchitán es peligroso, pero el hambre y la sed los obligan a bajar y a pedir comida y agua. A veces llegan aquí con tres o cuatro días sin probar bocado. Aquí muchas veces llegan sin ropa y con la espalda desgarrada por los alambres de púas de los ranchos”.

Para la Diócesis de Tehuantepec, el fenómeno migratorio “no es una ocurrencia de los pobres, sino una contradicción terrible e inaceptable de la globalización económica y financiera. Ante la injusta y deshumana actitud de las corporaciones policiacas, aquí buscamos darles un trato digno y humano”.

Cada que arriba el tren de Arriaga, Chiapas, con cerca de 400 migrantes, los voluntarios llegan en una camioneta cargada de víveres y garrafones de agua que reparten entre los indocumentados. “No importa la hora, puede ser en la mañana, en la noche o en la madrugada”.

Pese a todo y al gasto promedio de 2 mil pesos diarios que aplican en la atención de los migrantes, el Comité de Movilidad Humana del Istmo no desfallece.

Fuente/Autor: Alberto López Morales/El Universal

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