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Testimonios

MIENTRAS UNOS CAZAN INDOCUMENTADOS, OTROS LES AYUDAN

27 de enero de 2020

Misión: Salvar vidas de migrantes
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Alguien llamó a su puerta justo tres días después de que Kathy Babcock se mudó a su nueva casa. De pie en el pórtico de su residencia en el corazón del Green Valley estaban dos hombres jóvenes que llegaron caminando desde el desierto. Ellos solicitaron comida y agua, y ella los ayudó. Eso ocurrió hace más de siete años.

En la actualidad, Babcock no espera que los inmigrantes lleguen a su puerta. Sale a buscarlos y no está sola. Cada semana, los Samaritanos del Green Valley-Sahuarita envían al menos tres cuadrillas —más en invierno— para buscar a migrantes que estén perdiendo la batalla con el desierto de Arizona. El grupo, creado en 2005, deja además agua en los caminos utilizados por los migrantes, retira basura del desierto y recorre la frontera para desalentar a migrantes a que intenten el peligroso cruce.

Es temprano en una mañana de lunes y el sol avanza lentamente sobre las Santa Ritas. Babcock está sentada en el asiento del pasajero de una camioneta deportiva con capacidad suficiente para afrontar parte del terreno accidentado del sur de Arizona.

Terry Voss conduce el vehículo y Donald Weston, su compañero en esta misión de salvar vidas, se encuentra sentado en la parte posterior. Toman la carretera y sus miradas recorren el desierto en busca de personas al límite de sus fuerzas.

“La mayoría de la gente que encontramos estaba con un grupo y fue abandonada”, comentó Voss.

“Esta gente no tiene idea de dónde se encuentra ni conoce la geografía del área”, agregó Weston. “Encontramos a un tipo que nos pidió que lo lleváramos a Carolina del Norte”.

Los Samaritanos se dirigen al sur por la autopista Interestatal 19 Frontage Road hacia Amado y giran al oeste a Arivaca Road, el inicio de un circuito que los llevará a través de un terreno hermoso pero inclemente.

Un letrero magnético en el vehículo los identifica como Samaritanos y saludan a agentes al pasar por un punto de inspección de la Patrulla Fronteriza al oeste de la Escuela Sopori.

La reacción varía entre los agentes. Algunos —frecuentemente los agentes jóvenes— comenta Babcock, consideran que están en el mismo asunto de salvar vidas. Otros no son tan amigables. Saben que los Samaritanos sólo los llamarán si un migrante está cerca de morir, o decidido a rendirse. Quienes únicamente necesitan agua y comida antes de continuar su camino al norte no serán reportados a la Patrulla Fronteriza, y eso no siempre cae bien.

Los Samaritanos tienen reglas para internarse en el desierto. Cada cuadrilla debe tener al menos tres personas, preferentemente una que hable español. También tienen a alguien que conozca de primeros auxilios y llevan agua y alimentos.

Ellos no transportan migrantes —es ilegal— a menos que sea una emergencia y se hayan puesto en contacto con la Patrulla Fronteriza o lo hayan intentado. El servicio de telefonía celular es irregular, así que portan un GPS y otro dispositivo que pueda enviar señales a su base o socorristas que utilicen señal satelital.

“Nunca he sentido ningún temor aquí”, dijo Voss, quien comenzó a recorrer el desierto con Weston unos meses antes que Babcock en 2005.

“Nunca hemos estado en ninguna situación que se sienta amenazante”, añadió Babcock, repitiendo la experiencia de muchos Samaritanos. Señaló que cuando se cruzan con migrantes que necesitan ayuda, “en su mayoría están derrotados”.

Quieren ser recogidos y deportados.

Los llamados coyotes —gente que cobra por traer ilegalmente a los migrantes al país— son unos mentirosos infames. Le dicen a un grupo que Tucson está a dos días de la frontera caminando, Chicago a cinco días a pie. Si alguien se lesiona o rezaga, se quedan solos. El grupo no espera por nadie.

El calor del verano es sencillamente depredador. En ocasiones las mujeres son violadas o un grupo entero es retenido por bandidos. Incluso si logran llegar a una ciudad grande, frecuentemente sufren abusos, son retenidos en contra de su voluntad por coyotes que buscan cobrar un rescate o enfrentan perspectivas de empleo inciertas.

Los Samaritanos han visto menos migrantes en años recientes. Babcock lo atribuye a una mayor presencia de la Patrulla Fronteriza que empuja a la gente a áreas más remotas, así como a una mejoría en la economía de México y al deterioro económico de Estados Unidos. Voss, Weston y Babcock han ayudado a tres o cuatro migrantes en los últimos seis meses aproximadamente; en 2008, indicaron, encontraban a alguien en casi cada viaje.

Su viaje de hoy los lleva 35 kilómetros (22 millas) por Arivaca Road. Justo a las afueras de Arivaca se cruzan con un camión de la organización Humane Borders e intercambian saludos. Los trabajadores de Humane Borders están colocando en el desierto barriles de agua de 55 galones (208 litros) con permiso del gobierno.

Aproximadamente a una milla (1,6 km) al oeste de Arivaca, Voss se estaciona a la orilla del camino. Weston se queda en el vehículo mientras que el grupo se dirige a un sitio ubicado aproximadamente 100 metros alejado de la carretera donde se encuentra un recordatorio de la razón por la que realizan su actividad solidaria.

En una cuesta y contra un cerca de alambres de púas se encuentra un pequeño montículo de piedras. Marca el sitio donde un grupo de Samaritanos —incluido Voss— encontró el cadáver de Alfonso Salas Villagrán. El inmigrante de Chicoloapan, a las afueras de la ciudad de México, murió por paro cardiaco e hipertermia bajo un mezquite el 22 de agosto de 2006.

“Una de las tragedias es lo cerca que estaba de la carretera”, dijo Voss. Los Samaritanos aún realizan cada año un monumento conmemorativo para él.

Los Samaritanos no ocultan su frustración por las cifras anuales que indican que aún se descubren decenas de cadáveres en el desierto —171 el año pasado en el sur de Arizona— y muchos otros que nunca se recuperan.

Fuente/Autor: DAN SHEARER GREEN VALLEY / Agencia AP

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