“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Editorial

Los votos de la vida religiosa

27 de enero de 2020

El religioso(a) es ese hombre o mujer, que se esfuerza cada día por realizar aquello que falta: “vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme”. (Lc 18, 22)

LA VIDA RELIGIOSA

Todo cristiano que se decide a vivir plenamente el mensaje de Cristo (de amor hasta dar la vida, de perdón a los enemigos, de donación incondicional, de desprendimiento de los bienes materiales, de aceptación de la cruz) acepta aquel bello ofrecimiento que rechazó el joven rico. Esto que vale para todo cristiano auténtico, puede decirse con mayor propiedad aún de un religioso.

El religioso(a) es ese hombre o mujer, que se esfuerza cada día por realizar aquello que falta: “vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme”. (Lc 18, 22) ¿Qué es la vida religiosa? En pocas palabras: seguir a Jesús. Seguir a Jesús por un camino muy preciso que es la imitación de su vida. Este camino tiene por objetivo en la propia vida, la perfección de la esencia del cristianismo: la caridad. ¿Cómo lo logra? Por la vivencia de los tres votos (pobreza, castidad y obediencia), que son la expresión de su consagración total a Dios. Los votos no son más que medios para poder poseer a Cristo de un modo más perfecto, único fin de la vida religiosa. Un religioso busca ser pobre, conserva su castidad y obedece a sus superiores no por formar estas virtudes en sí, sino para imitar mejor a Jesucristo.

Por el voto de pobreza, voluntariamente se desprende de los bienes materiales. Sorprende este voto en medio de una sociedad donde se busca con fruición el tener más y más comodidades, artículos de consumo y diversiones sin fin. El objetivo de este voto no es alcanzar un estado de indigencia voluntario, sino formar la actitud de modestia, de sobriedad y desprendimiento hacia las cosas materiales para poseer un corazón más libre que aspire a los bienes espirituales. No es un desprecio sino un justo equilibrio: las creaturas no son más que el Creador, y por tanto éste merece el primer lugar en la vida. Todas las demás cosas son, pues, medios para llegar a Dios y en esa medida se sirve el religioso de ellas.

Similar al anterior voto es el de castidad: el religioso se compromete a no tener otro amor en su vida que no sea Jesucristo y por la viviencia de este compromiso dar un continuo ejemplo a los hombres de que hay un amor más grande y más perfecto que nos espera de modo pleno después de esta vida, pero que también puede disfrutarse ya en ésta. Con frecuencia, por desconocimiento de lo que implica este voto, se le considera más como una represión de los instintos naturales que como una sublimación de éstos y de toda la persona al único amor de Jesucristo. ¿Es que acaso hay otra persona que merezca más amor que nuestro Redentor? De igual modo, ningún hombre o mujer sobre la tierra puede superar al Señor en su intensidad de amor. Consecuencia lógica de este voto, vivido con su verdadero fin, es la alegría profunda del corazón

Obediencia. El voto más costoso pero también el que mejor logra en el religioso su transformación en Jesucristo, quien “siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer”(Heb 5, 8). Una obediencia que le costó mucho pero que no negó, “obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Filip 2, 8). El religioso confía su vida a la voluntad de Dios expresada en sus legítimos superiores. Cumpliendo lo que le manden éstos y la regla de su congregación u orden, el religioso puede estar seguro de encontrarse en el auténtico camino de santidad.

Unido a los votos, hay otro elemento característico de la vida religiosa en la Iglesia y es la “vida de comunidad”. El religioso o la religiosa no se entrega solo a la tarea de santificarse imitando a Jesucristo, sino que comparte sus esfuerzos, triunfos y derrotas en comunidad, dentro de una nueva familia, donde tiene hermanos o hermanas, padres o madres que buscan el mismo fin.

Fuente/Autor: H. Vicente D. Yanes, L.C. | Fuente: Catholic.net

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