Entrevista con el autor de una investigación sobre el argumento
ROMA, noviembre de 2005
Los trece mártires de la persecución religiosa mexicana de los años veinte del siglo pasado que este 20 de noviembre serán beatificados en Guadalajara (México) explican el florecimiento de la Iglesia en México, país con el mayor número de católicos del mundo después de Brasil.
Guadalajara, por ejemplo, de la que proceden la mayoría de estos mártires, es una de las arquidiócesis con el mayor número de seminaristas del mundo.
El padre Luis Alfonso Orozco, LC., profesor en el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum» de Roma, quien ha publicado el libro «El Martirio en México durante la persecución religiosa», considerado como una de las investigaciones científicas más completas sobre el argumento, afirma que la sangre de estos mártires permitió la maduración de la Iglesia en México en el siglo XX.
En esta entrevista concedida a Zenit-El Observador aclara esta afirmación.
–¿Son mártires de la «Guerra Cristera» (1926-1929) o mártires de la persecución religiosa que provocó aquel conflicto? ¿Hay alguna diferencia?
–P. Orozco: El mártir es el que da su vida por confesar su fe. Las circunstancias del martirio son muy variadas. En concreto, en México, a estas personas –que eran sacerdotes, campesinos o jovencitos, como José Luis Sánchez del Río, asesinado a los catorce años– les tocó vivir en circunstancias particularmente complejas como fueron las que motivaron la persecución religiosa. La Iglesia, en su juicio teológico e histórico, no los eleva a los altares por el hecho de haber participado en «la Cristiada», sino porque confesaron su fe en Cristo.
–¿Qué importancia tienen estas trece beatificaciones? ¿Hay alguna característica general que una a los nuevos beatos mexicanos?
–P. Orozco: Son el tercer grupo de mártires de «la Cristiada» que sube a los altares. Y la característica esencial de este grupo es que la mayoría de los beatos son seglares, laicos. Grupo heterogéneo, interesante, pero en estos trece beatos se refleja la variedad, la riqueza del martirio en la Iglesia.
–¿Qué importancia tiene el mensaje de los mártires para nuestro tiempo?
–P. Orozco: El pueblo cristiano está llamado a confesar su fe en Jesús, mas no todo cristiano está llamado a ser mártir. El martirio es un don que Dios nos da. El Papa Juan Pablo II decía que en estos tiempos al cristiano tal vez no se le pedirá el testimonio de la sangre sino el testimonio de la fidelidad: el ser fiel a la palabra dada, a los compromisos adquiridos, al testimonio público de lo que somos. Quien es fiel a Cristo, quien es fiel a su conciencia en estos tiempos difíciles, en cierto modo es, también, un mártir.
–¿Sirve a la gente la sangre de los mártires?
–P. Orozco: En mi caso particular, una de las motivaciones que me indujo a llevar adelante la investigación sobre el martirio en México durante la persecución religiosa, es la frase inmortal de Tertuliano, que por el siglo III después de Cristo afirmó: «la sangre de los mártires es semilla de vida cristiana». Se ha ido verificando, a lo largo de la historia de la Iglesia, que, precisamente, ahí donde hubo una persecución, ahí donde hubo mártires que derramaron su sangre en circunstancias diversas, después esos lugares, esas iglesias particulares, crecieron y florecieron. Como que Dios, en su Providencia, tiene reservado un lugar muy destacado a los mártires. Y, por supuesto, a los pueblos que le han entregado mártires a la Iglesia universal.
–Su sangre no es en vano
–P. Orozco: Su testimonio no cae en vacío. Esa sangre generosa se une, en cierto modo, a la sangre de Cristo derramada en la Cruz y, con la cual, ha redimido al género humano. La sangre de los mártires derramada en todas las épocas, contribuye –con su parte– a la obra de la Redención iniciada por Cristo. En México, en el siglo XX, la Iglesia mexicana llegó a su madurez, justamente, por la sangre de estos mártires. La fe popular, la unidad familiar que se vive en México, también es su consecuencia. No cabe duda que de los hechos martiriales la fe del pueblo mexicano sale muy fortalecida.
Fuente/Autor: (ZENIT.org-El Observador