“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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27 de enero de 2020

En preparación al DOMUND ((Día Mundial de las Misiones), que se celebra el Domingo 23 de Octubre, publicamos cada día en esta sección de nuestra Página Web unas REFLEXIONES, que nos ayuden a prepararnos adecuadamente a esta cita misionera, que nos atañe a todos.

PRIMERA PARTE

01.
No eres evangelizador por tu propia cuenta. Un día, es verdad, te presentaste a tu parroquia y te ofreciste, o te enrolaste en un movimiento o en una asociación apostólica. Pero estabas respondiendo a una llamada. La misma llamada que hizo Jesús a sus apóstoles y discípulos para que fueran sus compañeros en el anuncio de la Buena Nueva a los hombres, especialmente a los más pobres. Aunque tú la hayas percibido por medios muy humanos, la llamada a ser evangelizador la has recibido de Dios. Dios te necesita. Dios nos necesita. La semilla de la fe que recibiste en tu bautismo ha dado su fruto. Te has sentido “consagrado” al Señor y “exigido” por Él para anunciar a los hombres las maravillas de su salvación. Tu llamada no es un título de honor; es una vocación de servicio. Vívela así en todo lo que haces por la causa del evangelio.

02.
Dios pone en tus manos el misterio de la salvación: su Hijo Jesús, entregado por todos los hombres, para abrir a todos el camino hacia el Padre. En Jesucristo, esa Iglesia en la que tú trabajas (tu parroquia, tu movimiento, tu asociación apostólica, tu comunidad…) queda asumida en el misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No trabajas en una organización puramente humana, en una especie de club o de asociación cultural de tu pueblo o ciudad, ni siquiera en una ONG (Organización No Gubernamental), que es maja y que hace muchas cosas por los más necesitados. Trabajando en la Iglesia llevas entre manos un misterio, que debes acoger, profundizar y vivir. Acostúmbrate a admirar y contemplar el misterio que proclamas. Como evangelizador estás llamado a ser contemplativo. Que tus tareas no te corten la vena de la admiración y la sorpresa. Si no eres capaz de asombrarte, caerás en la rutina. Si no adoras en lo más hondo la grandeza del misterio, te harás un buen propagandista. Pero lo sabes bien: evangelizar no es hacer propaganda.

03.
No relaciones, sin embargo, el misterio del Reino de Dios y de la Iglesia, que lo anuncia y lo realiza, con ninguna especie de artes mágicas y ocultas. “Misterio” significa que el origen y la meta de lo que somos y de lo que hacemos en la Iglesia es Dios. El misterio te abre a la iniciativa de Dios: Él ha enviado a su Hijo, para hacernos a todos hijos suyos y hermanos los unos de los otros. Mediante el Espíritu Santo. Dios hace que pueda ser verdad esta filiación y esta fraternidad también, hoy, para nosotros. Por eso decimos que el Espíritu Santo es el primer evangelizador. Sin su trabajo interior en la vida de la gente, toda tu tarea evangelizadora sería inútil. El Espíritu de jesús es el que “mueve” y “convence” los corazones para que crean. Cuando tú llegas a alguien, el Espíritu ya ha llegado antes; cuando tú “convences” a alguien es porque el Espíritu ya lo ha convencido. En toda tu tarea de evangelizador eres instrumento del Espíritu Santo.

04.
Tú mismo, como creyente y como evangelizador, eres una obra del Espíritu. Sin su fuerza, no se mantendría tu fe; sin su convicción, no serías capaz de manifestarte como creyente, sin respetos humanos, y como colaborador en su tarea. Si no fuera porque el Espíritu te da valentía, no te atreverías a tomar parte activa en Ios duros trabajos del Evangelio. Tú mismo eres testigo de que en tu vida se ha cumplido con frecuencia la promesa de Jesús: “el Espíritu os sugerirá lo que tenéis que decir”. Más allá del trabajo pastoral de cada día, acostúmbrate a contemplarte a ti mismo como “obra del Espíritu en favor de los demás”. Un evangelizador sin la vida del Espíritu es una pura contradicción. “Vivir según el Espíritu” es proyecto de vida para hacer fecunda tu tarea evangelizadora.

05.
Acostumbrarte al estilo del Espíritu forma parte de tu tarea de evangelizador. Necesitas interiorizar. Porque evangelizar no es un activismo descontrolado, donde colaborara más el que más cosas hace y mas tareas desarrollara. Necesitas que el Espíritu vaya ahondando en ti el mismo ser y el mismo estilo evangelizador de Jesús. Lo que el Espíritu quiere hacer en ti es que un día puedas llegar a decir con verdad: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Entonces serás el mejor evangelizador. Los santos son los mejores evangelizadores, y tú estás llamado a la santidad en la tarea evangelizadora que realizas. Que no te parezca una meta inalcanzable. A medida que crezcas en sencillez, serás testigo de la fuerza transformadora del Espíritu de Jesús. Déjate guiar por Él y deja que vaya haciendo de “tu corazón de piedra un corazón de carne”.

06.
A medida que progreses por ese camino, experimentarás una armonía interior, que te hará sentir profundamente alegre: hablarás de lo que vives; trabajarás desde tu propia experiencia de Dios; no separarás tu propia vida espiritual de tu trabajo pastoral, como si éste fuera un “desgaste” y no una fuente de espiritualidad para ti mismo como evangelizador. Casi sin pretenderlo, tu propia vida será el mejor testimonio de que crees lo que anuncias. Lo peor que te puede pasar como evangelizador es que te “desfondes”, que pierdas la hondura de tu vida y de tu actividad: Jesucristo mismo que va creciendo dentro de ti, con la fuerza del Espíritu, hasta llegar a tener dentro de ti la “estatura” adulta de la maduración de tu propia fe. Dentro de ti crece Jesús. No cortes su crecimiento con tu pereza y tu falta de respuesta. No puedes hacerte adulto y dejar que Jesús siga siendo el “niño” con quien te identificaste en la fe de tu infancia. “Ser como un niño” por tu sencillez y confianza no significa tener una fe infantil e ingenua, con la que no poder,contar para iluminar tu camino de adulto.

07.
Necesitas cultivar, alimentar y cuidar tu propia fe. Como evangelizador no eres funcionario de una organización cualquiera, a la que prestas tu colaboración activista; ni un voluntario de una institución altruista, con cuyos fines humanitarios te identificas. La raíz de tu tarea es tu real incorporación a Jesucristo por el bautismo, la confirmación de tu fe por el Espíritu y la participación real en la misma entrega del Señor por la Eucaristía. En los sacramentos vas forjando la entereza de tu fidelidad interior, porque ellos te comunican la fuerza de Dios que se realiza en la debilidad. Tu misma debilidad la conviertes en fuerza, cuando la haces “debilidad perdonada” en el sacramento de la reconciliación con Dios y con lo hermanos, de quienes tus debilidades te separan. Tu vida sacramental te abre al misterio de Dios. En ella confiesas que es su gracia la que te sostiene y, desde ella, abres a los hombres un camino de salvación. No recurras a la excusa de que los sacramentos se pueden convertir en rutina. Todo lo puedes convertir en rutina cuando la gracia no toca lo más hondo de tu ser.

08.
Para ser evangelizador, necesitas ser orante. A veces, puedes pensar que lo que necesitas, para convencer, es ser orador. Antes, necesitas ser orante para ser tú mismo convencido por quien te puede hablar palabras de vida eterna. Tú mismo necesitas la Palabra de Dios; necesitas que esa Palabra se convierta en tu corazón en manantial que salta hasta la vida eterna. Tu relación con la Palabra de Dios no puede ser sólo funcional, para aprender a transmitirla. Tú mismo la debes escuchar y acoger con sencillez y guardarla en tu corazón, para que te vaya haciendo testigo de su fuerza, de su capacidad de transformarte, haciéndote criatura nueva. Tu tarea evangelizadora será así mucho más fácil, porque “el hombre de hoy cree más a los testigos que a los maestros, y si cree a los maestros es porque son también testigos”. Sólo si tú mismo conoces el rostro de Dios, que se te muestra en la oración, podrás ser rostro de Dios para los demás. Es lógica tu preocupación por la metodología, por saber preparar una reunión, por aprender qué decir y cómo decirlo, pero no olvides nunca que “de la abundancia del corazón habla la boca”.

09.
A veces, te sentirás cortado, porque no ves que haya coherencia entre tu fe y tu vida. Te parece que crees por un lado y vives por otro. Percibe en esa situación molesta no una tentación para abandonar, sino una llamada a personalizar y profundizar tu fe. Mientras exista esa separación es que tu fe no es suficientemente viva y personal. Cuando examines tu fe, no te quedes sólo sopesando el cumplimiento de sus exigencias, que podrías caer en un simple voluntarismo. Bucea más adentro, y encuentra en tu interior la viveza de tu apertura a Dios, experimenta cómo “sólo Él basta”, acógelo revelado en Jesucristo y pide al Espíritu que, con tu vida, confieses a Dios como Padre y a Jesús como Señor. Una fe así, no lo dudes, se verificará en el amor.

10.Llevas un gran tesoro en tu vaso de barro. Que la conciencia de tu arcilla no disminuya tu capacidad de sorpresa y de asombro: “jamás un pueblo ha tenido un Dios tan cercano a él”, así reflexionaba el pueblo de Israel, pensando en el camino salvador de Dios en su propia historia. Tan cercano, que es más íntimo a ti que tú mismo. En él vives, te mueves y existes. Él está en el origen de tu ser, en el inicio de tu fe y en el comienzo de tu compromiso evangelizador. A su llamada creadora debes tu existencia como hombre, como creyente y como evangelizador. Por tu mérito no puedes apuntarte tanto alguno, pero tu capacidad te viene de Dios. No te preguntes por qué te ha llamado. Si miras a tu alrededor encontrarás a gente mejor que tú, más preparada, con más gancho. Y, sin embargo, ahí estás tú. Dios te ha llamado y te da miedo. Hasta le puedes decir: “mira que no sé hablar”. Pero Él te responderá siempre: “venga, no temas, que yo estoy contigo”. Su llamada te fortalece y te da el ánimo que necesitas. Las llamadas son diferentes. No todos somos llamados para lo mismo. Pero todos tenemos la responsabilidad de que no falte la respuesta a ninguna de ellas. Ningún evangelizador debe ser indiferente a la falta de vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada. No es una cuestión que recaiga solamente sobre los hombros del Obispo, al que todos reclamamos después sacerdotes para nuestras comunidades. La responsabilidad es de todos.

OBJETIVOS:
1. Afianzar la conciencia de estar trabajando en la pastoral de la Iglesia no por casualidad o sólo por propia iniciativa, sino por “vocación”, por una llamada de Dios que nos llega normalmente a través de medios humanos.

2. Descubrir que tratamos un misterio, que acogemos y nos sobrepasa. Con nuestro trabajo pastoral secundamos una iniciativa que viene de Dios, y que tiene en el Espíritu su fuerza principal.

3. Estimular una serie de actitudes resultantes: cultivo de la propia vida de fe, de la experiencia personal de Dios, la vida sacramental, la oración, la coherencia entre la fe y la vida, la gratitud y la fidelidad…

PARA LA REFLEXIÓN:

1. ¿Cómo se va fraguando la experiencia de Dios en mi vida personal? ¿Qué actitudes tengo ante su misterio? ¿En qué dimensiones de mi vida percibo con más claridad su llamada a ser evangelizador?

2. ¿Qué importancia doy en mi vivencia cristiana a la celebración de los sacramentos? ¿Los vivo como encuentros personales con el Señor Resucitado? ¿Cómo cultivo la fe? ¿Es una fe viva, agradecida, estimulante? ¿Qué tiempo dedico a la oración personal como acogida e interiorización del misterio de Dios, que se me ha manifestado en Jesucristo?

3. ¿Qué sentimientos produce en mí el sentirme llamado por Dios para el servicio del Evangelio? ¿Lo considero como una gracia o como un peso? ¿Lo sé agradecer a Dios, y le pido con frecuencia que sea Él quien actúe a través mío? ¿Valoro todas las llamadas, preocupándome y pidiendo al Señor por las que más faltan?

ORACIÓN:

Señor Jesús, que, al igual que a tus apóstoles, nos llamas a participar en los trabajos de tu Evangelio, haznos abiertos al misterio que anunciamos, dóciles al Espíritu que nos envías, acogedores de tu gracia en nuestro encuentro sacramental contigo, disponibles a la escucha y contemplación de tu Palabra, creyentes sencillos en la totalidad de nuestra vida, y alegres, en la seguridad de haber puesto en ti nuestra confianza. Te lo pedimos a ti, que, en el Jordán, fuiste ungido por el Espíritu, para realizar tu misión salvadora. AMEN.

Fuente/Autor: Texto de Pedro Jaramillo

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