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LA MISIÓN, TAREA DE TODOS LOS DÍAS

27 de enero de 2020

Octubre es el Mes “Misionero” y para mucha gente es la oportunidad de rezar por los misioneros y misioneras que han dejado sus lugares de origen para “ir a tierras lejanas” a predicar la Palabra de Dios y a “evangelizar” a otros a través del testimonio y la entrega desinteresada.
Esto, visto desde un ángulo muy romántico suena de maravilla, y no por ello quiero de alguna forma hacer menos el trabajo que se hace en la misión en tierra extranjera; sino que utilizo el término romántico para señalar que muchas veces se nos olvida que el “mes misionero” nos envuelve a todos y todas por igual, es decir, este mes resalta nuestra dimensión adquirida en el Bautismo de la Misión que tenemos como cristianos.
Este mes nos recuerda de alguna forma el compromiso que tenemos de dar a conocer el Mensaje de Cristo a los que nos rodean, lo cual de por sí, conlleva además una gran responsabilidad.

MIRAR HACIA FUERA NOS EVITA MIRAR HACIA DENTRO

Cuando sin querer en nuestra vida de fe hacemos demasiado hincapié en quienes están en tierras lejanas predicando la Palabra de Dios, nos ayuda a conformarnos con lo elemental. Es decir, hacemos oración por ellos, quizá hasta una colecta especial en la Iglesia; pero no pasa de ahí. Nos sirve para tranquilizar nuestra conciencia, creyendo que hemos hecho lo suficiente por la misión.
Después de todo, todos tenemos “mucho quehacer” y no podemos dedicarnos todos a la evangelización. Sin embargo, esto nos impide a mirar con detenimiento las necesidades de evangelizar que tenemos a nuestro alrededor. Por ejemplo, se nos olvida mirar la necesidad de evangelización que tenemos en nuestra propia familia, en nuestra parroquia y en nuestra comunidad local. Pensamos que hace falta que vengan misioneros y misioneras de fuera para ayudarnos con la tarea de la evangelización.

POR EL BAUTISMO, TODO CRISTIANO ES MISIONERO

El Papa Juan Pablo II nos recordaba en varias ocasiones este compromiso que tenemos todos los cristianos de llevar a cabo la labor misionera dentro de la Iglesia.
Podemos decir que de acuerdo con nuestro estado de vida que hemos elegido o que estamos viviendo, lleva una misión particular la cual hay que cumplir para llevar a plenitud la dimensión misionera de nuestra fe y desarrollarla en beneficio de la construcción del Reino de Dios.
Esta construcción del reino tiene dos dimensiones, una personal y una comunitaria. En la personal, yo trato de vivir de acuerdo con los valores del Reino, sin embargo, esto no lo hago solamente por mi propia salvación, sino para que toda la comunidad pueda vivir de acuerdo con los valores del Reino de Dios.

LA MISIÓN NOS INVITA A DAR

Cuando somos capaces de asumir nuestro papel como misioneros, nos vemos motivados para dar desde nuestra persona. La misión se vuelve entonces un compartir. No es solamente “mi” misión, sino que se vuelve una misión conjunta con toda la Iglesia.
Nuestra realidad se vuelve cada día más compleja; la inseguridad social que se vive en nuestro país y en nuestro planeta es cada vez más latente. La crisis económica que estamos viviendo; la carrera electoral que genera que cada vez menos funcionarios públicos trabajen para “dedicarse” con mayor esmero a conseguir “un hueso” en las próximas elecciones para lo que haya; el descontento social por los aumentos en los precios de los alimentos y servicios básicos, nos llevan a pensar que hace falta tomar más en serio nuestro papel como cristianos y trabajar por los valores de justicia, verdad y paz que son valores del Reino de Dios.
En un mundo donde muchas personas esperan solamente recibir, sin dar nada a cambio, la dimensión de la misión nos lleva a compartir lo que somos y tenemos; nos lleva a dar desde nuestra persona y poner nuestros talentos al servicio de los demás.

EN LA MISIÓN, NO ESTAMOS SOLOS

Como he señalado anteriormente, la dimensión comunitaria de la misión nos da la esperanza y la confianza de que no estamos trabajando solos. La misión es de toda la Iglesia, y cada uno participa en ella de acuerdo al estado de vida que cada uno tiene.
La idea de que la misión es solamente para los obispos, los sacerdotes, los diáconos, los religiosos, las religiosas, y “algunos” cristianos comprometidos en los grupos parroquiales tiene que quedar atrás. Todos estamos llamados a participar en la Misión de la Iglesia, y de forma conjunta llevar a cabo el proyecto de Dios. Y en esta Misión, no estamos solos. Cristo mismo prometió a los apóstoles que Él estaría con ellos todos los días hasta el fin del mundo.
Es Cristo quien nos acompaña en la misión; una misión que es asumida por la Iglesia para llevar la salvación al mundo entero; para cambiar las estructuras de muerte y pecado que están presentes en nuestras sociedades y que generan injusticia, dolor, guerras, muerte, terrorismo, violencia e inseguridad, pobreza, descontento social, migración, etc.

LA MISIÓN NOS MUEVE DE NUESTRAS SEGURIDADES

Una realidad de la que no nos gusta hablar, es que la misión se torna difícil porque generalmente nos mueve de nuestro campo de seguridad. Y no solamente de nuestro campo de seguridad; sino de nuestro campo de comodidad y comfort al que estamos acostumbrados.
Desafortunadamente nuestra sociedad nos ha enseñado la importancia del bienestar, y no digo que eso esté mal, sino que la limitación de una vida de demasiado bienestar no nos deja pensar en el otro, sobre todo si este último sufre.
Por no querer dejar las seguridades, es por lo que la misión nos cuesta trabajo, pues sabemos que tenemos que salir de nosotros mismos para ir a buscar al otro, o para ir al encuentro del que necesita y sufre.
La vida acomodada que podemos tener, nos lleva a no necesitar muchas cosas, entonces nos es difícil entender a aquellos que sufren las consecuencias de la injusticia.
Por ello, en este mes misionero, hay que hacer hincapié en nuestro papel como misioneros, para que podamos salir al encuentro de los que sufren, para salir de nuestro cascarón de seguridad para ayudar a los demás.
Cristo nos invita a transformarnos en sus manos, en sus pies, su boca, sus oídos, sus ojos para llevar a cabo su obra de salvación.
En la misión, siempre hay trabajo para todos. El “desempleo” no tiene cabida aquí en la misión, pues desafortunadamente, las situaciones que requieren nuestra presencia misionera son cada día más, de eso podemos estar seguros.

P. Chan, cs

Fuente/Autor: Padre Chan, cs

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