Material para este Mes Misionero
La tarde del primer día de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se hallaban los discípulos por temor a judíos, vino Jesús y puesto en medio de ellos, les dijo: 1a paz sea con vosotros. Y diciendo esto les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron viendo a1 Señor. Díjoles otra vez: la paz sea con vosotros. Como me envió mi padre, así os envió yo. Diciendo esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados le quedan perdonados, a quienes se los retengáis les serán retenidos.
Han pasado, Señor, ya veinte siglos de tu resurrección y todavía no hemos perdido el miedo, aún no estamos seguros, aún tememos que las puertas del infierno puedan algún día prevalecer si no contra tu Iglesia, si contra nuestro pobre corazón de cristianos. Aún vivimos mirando a todo menos a tu cielo. Aún creemos que el mal será más fuerte que tu propia palabra. Todavía no estamos convencidos de que tu hallas vencido al dolor y a la muerte. Seguimos vacilando, dudando, caminando entre preguntas, amansando angustias y tristezas. Repítenos de nuevo que tú dejaste paz suficiente para todos. Pon tu mano en mi hombro y grítame: no temas, no temáis. Infúndeme tu luz y tu certeza, danos el gozo de ser tuyos, inúndanos de la alegría de tu corazón Haznos Señor, testigos de tu gozo. ¡Y que el mundo descubra lo que es creer en tú!.
Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado y viéndole se postraron, aunque algunos vacilaron y acercándose Jesús les dijo: …Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo.
“Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”. Estas es la más grande de todas tus promesas, el más jubiloso de todos tus anuncios. ¿O acaso tú podrías visitar esta tierra como un sonriente turista de los cielos, pasar a nuestro lado, ponernos la mano sobre el hombro, darnos buenos consejos y regresar después a tu seguro cielo dejando a tus hermanos sufrir en La estacada? ¿podrías venir a nuestros llantos de visita sin enterrarte en ellos? ¿dejarnos luego solos, limitándote a ser un inspector de nuestras culpas?. Tú juegas limpio, Dios. Tú bajas a ser hombre para serlo del todo, para serlo Can todos, dispuesto a dar al hombre no una limosna de amor, sino el amor entero. Desde entonces el hombre no está solo, tú estás en cada esquina de las horas esperándonos, más nuestro que nosotros, más dentro de mí mismo que mi alma. “No os dejaré huérfanos”, dijiste. Y desde entonces ha estado lleno nuestro corazón.
Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado, y viéndole, se postraron, aunque algunos vacilaron. Acercándose Jesús les dijo: Me ha sido dado poder en el cielo y en la tierra: id pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado.
Y te falta aún el penúltimo gozo: dejar en nuestras manos la antorcha de tu fe. Tú habrías podido reservarte este oficio, sembrar tú en exclusiva la gloria de tu nombre, hablar tú al corazón, poner en cada loma la sagrada semilla de tu amor. ¿Acaso no eres tú la única palabra? ¿No eres tú el única jardinero del alma? ¿no es tuya toda gracia? ¿hay algo de ti o de Dios que no salga de tus manos? ¿para qué necesitas ayudantes, intermediarios, colaboradores que nada aportarán sino es su barro? ¿qué ponen nuestras manos que no sea torpeza?. Pero tú como un padre que sentara a su hijo al volante y le dijera: “ahora conduce tú”, has querido dejar de nuestras manos la tarea de hacer lo que sólo tu haces: llevar gozosa y orgullosamente de mano en mano la antorcha que tu enciendes.
Aquella noche no pescaron nada. Llegada la mañana, se hallaba Jesús en la playa, pero los discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús. Díjoles Jesús: Muchachos, ¿no tenéis en la mano nada que comer?. Le respondieron: no. Él les dijo: echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. La echaron pues y ya no podían arrastar la red por la muchedumbre de peces. Dijo entonces aquel discípulo a quien amaba Jesús: ¡es el Señor!
Desde que tú te fuiste no hemos pescado nada. Llevamos veinte siglos echando inútilmente las redes de la vida y entre sus mallas sólo pescamos el vacío. Vamos quemando horas y el alma sigue seca. Nos hemos vuelto estériles lo mismo que una tierra cubierta de Cemento. ¿Estaremos ya muertos? ¿desde hace cuantos años no nos hemos raído? ¿quien recuerda la última vez que amamos?. Y una tarde tú vuelves y nos dices: “echa tu red a tu derecha, atrévete de nuevo a confiar, abre tu alma, saca del viejo cofre las nuevas ilusiones, dale cuerda al corazón, levántate y camina”. Y lo hacemos, sólo por darte gusto. Y de repente, nuestras redes rebosan de alegría, nos resucita el gozo y es tanto el peso del amor que recogemos que la red se nos rompe, cargada de nuevas esperanzas. ¡Fecundador de almas: llégate a nuestra orilla, camina sobre el agua de nuestra indiferencia, devuélvenos Señor tu alegría!.
Fuente/Autor: Reflejos de luz