“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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27 de enero de 2020

Una vez una profesora quiso dar una clase a sus alumnos sobre Jesús. Como buena pedagoga, empezó hablando de Jesús, sin decir su nombre, esperando que los alumnos adivinaran de quien estaba hablando.

Empezó diciendo:
Os voy a contar la historia de una persona muy bondadosa, que nació muy pobre, de tal modo que ni siquiera los vecinos se enteraron de su nacimiento. Nació por ocasión de un largo viaje de sus padres. Como era pobre, nadie les acogió, ellos tampoco tenían dinero para irse a un hotel. Tuvo que nacer en una choza abandonada, quizá una cabaña de pastores, que guardaban el ganado en la montaña, donde se refugiaban cuando venían a la aldea.

Después este niño creció y aprendió el arte y el oficio de su padre que era carpintero. Fue ayudante de su padre hasta ser un joven maduro… Todo el mundo le conocía como el hijo del carpintero.

Cuando tenía edad para casar, en vez de echarse una novia, empezó a preocuparse de tal manera por los demás, sobre todo por los pobres, que se olvidó prácticamente de la profesión y vivió sólo preocupado por ellos. Hablaba de Dios a las personas con las que se cruzaba por los caminos, se detenía junto a los enfermos, les cuidaba las heridas, consolaba a los tristes y desanimados, buscaba las ovejas perdidas para conducirlas al redil y comía con la gente sencilla; le veían muchas veces en compañía de pecadores y de gente de baja reputación, incluso comía con ellos. Todos le querían mucho y era una alegría escucharle. Decía cosas que iban directas al corazón de la gente.

Iba todavía por la mitad de la historia, cuando un niño interrumpió a la profesora y, con desparpajo, le dijo: yo sé quién es, yo sé quién es esa persona.

La profesora sintió una enorme recompensa con la intervención del niño y quiso darle la oportunidad de que mostrara sus conocimientos de catecismo. Entonces el niño respondió sin titubear: es el sr. Armando, vive en mi barrio, yo le conozco muy bien.

Era eso exactamente: el sr. Armando reflejaba a la perfección los rasgos de Jesús. Era como su retrato.

Creados a imagen y semejanza de Dios, estamos llamados a ser antes que “textos” o palabras, “imágenes”. Hoy tenemos quizá demasiados textos y pocos retratos. Pablo VI decía que los hombres de nuestro tiempo creen más en los que dan testimonio que en los que enseñan; y sólo creen en los que enseñan si son testigos.

Fuente/Autor: Reflejos de luz

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