El mundo se ha callado,
el cielo se ha oscurecido.
Una vela se ha apagado,
un hombre ha fallecido.
Tras una larga agonía
guardó silencio su corazón.
El pecho más fuerte ardía,
su boca se enmudeció.
No le era difícil respirar
y sus dolores no lo dejaban vivir,
sin embargo siempre los ofrecía,
para que el mundo pudiera persistir.
Con miedo se desvanecía,
no quería terminar así,
pues él a Cristo le decía:
Tengo que hacer más por Ti.
María, su Madre, lo abrazaba,
como tierno niño cuando duerme,
cuando este hombre descansaba,
para olvidarse de lo que lo esperaba.
Cuando Lázaro murió,
Cristo lloró sin consuelo.
Cuanto más por él lloró,
aunque estuviera con Él en el cielo.
Su ejemplo vivo fue entregarse
por completo a los demás.
Tanto así hasta desgastarse,
aunque no reciba más.
Y aunque su presencia no está,
él nunca fue como otros.
Ha muerto a esta tierra,
pero él vive entre nosotros.
Fuente/Autor: Daniel O. Gómez Alcalá de Guadalajara, Jal.