TRENTO, viernes, 3 marzo 2006
«A los jóvenes de hoy querría dar este consejo: no calléis cuando veáis una injusticia. Y buscad amigos que tampoco quieran callar. Ésta fue la historia de la Rosa Blanca», cuenta el último superviviente del grupo, Franz Josef Müller.
Müller tenía 18 años cuando fue condenado por un tribunal militar de Munich por haber impreso y difundido octavillas anti-nazistas junto a los hermanos Scholl.
Con 81 años, actualmente es el último testigo de la resistencia pacífica de la «Rosa Blanca»; fue procesado en abril 1943 y condenado a cinco años de prisión. Otros miembros del grupo también sufrieron encarcelamiento, o llegaron a ser ejecutados.
Ese último fue el final de Hans y Sophie Scholl –cuya historia revive en estos momentos la gran pantalla con la película titulada con su propio nombre–, y su amigo Christoph Probst: estudiantes universitarios de 24, 21 y 23 años respectivamente. Fueron acusados de propaganda antinazista y condenados a muerte en febrero de aquel año.
La «Rosa Blanca» nació por iniciativa de seis amigos de Munich: cinco estudiantes -Alexander Schmorell, Hans y Sophie Scholl, Willi Graf y Christoph Probst- y un profesor universitario, Kurt Huber.
Hace tiempo que monseñor Helmut Moll –de la archidiócesis de Colonia–, consultor teológico en la Congregación para las Causas de los Santos, dijo: «Si tuviera que proponer para la JMJ [Jornada Mundial de la Juventud] de Colonia de 2005 un modelo de santidad, elegiría a los jóvenes de la Rosa Blanca, estudiantes ortodoxos, protestantes y católicos de Munich que en 1942 lucharon para defender ante el nazismo la dignidad del hombre y de la religión» (Zenit, 12 diciembre 2003).
El grupo había osado desafiar a Hitler y en nueve meses escribió y distribuyó seis octavillas contra el régimen –exhortando al pueblo a que abriera los ojos– en varias ciudades del sur de Alemania, empujados por la tiranía de aquél y por la experiencia directa de la guerra en el frente oriental.
Dichos jóvenes –«ricos en fe, con una profunda visión ecuménica»– «habían entendido que [el nazismo] representaba una gran amenaza y en seis octavillas lo denunciaban claramente tomando posiciones contra las deportaciones de los judíos», explicó monseñor Moll, vicepostulador de la causa de canonización de Edith Stein y de Nicolas Gross, ambos ya elevados a los altares.
Franz Josef Müller y su esposa Britta se cuenta actualmente entre los promotores de la Fundación «Rosa Blanca» de Munich, visitada cada año por más de 20.000 personas.
Pero él mismo habla a los estudiantes de todo el mundo, como recientemente ha hecho en Japón o en el colegio arzobispal de Trento, donde mantuvo un encuentro con medio millar de jóvenes al margen de la exposición «Rosa Blanca. Rostros de una amistad» (Zenit, 24 julio 2005).
«Avvenire» ha mantenido con él esta conversación.
–Doctor Müller, la reciente película de Marc Rothemund, en la carrera de los Oscar como mejor película extranjera, ha presentado al mundo figura de Sophie Scholl. Usted la conoció personalmente. ¿Cómo la recuerda?
–Müller: Pequeña de estatura. Seria, pero también serena. No era rubia, sino de cabello moreno, muy vivaz. Parecía una muchacha italiana. Me encontraba con ella al volver de clase, pero en Alemania entonces no se podía hablar con una joven dos años mayor. En cuanto a la película, me ha parecido muy buena, pero está centrada en la figura de Sopbie, mientras que en la «Rosa Blanca» había otros treinta jóvenes.
–Y de su hermano, Hans Scholl, también guillotinado en 1943 por alta traición, ¿qué recuerdo conserva?
–Müller: Hans había estado al principio en la juventud hitleriana, había conocido a los nazis. Nos contaba las órdenes de aquellos, la dureza con los jóvenes. Si un chaval osaba decir: «Yo pensaría que…», era inmediatamente interrumpido: «No pienses demasiado. Eso déjalo a los caballos, que tienen la cabeza más grande».
–Parece imposible que durante largos meses lograran que no les descubrieran…
–Müller: Se buscaba refugio en los bosques o en casa de familiares en pueblos pequeños. Nos daban hospitalidad también algunos párrocos católicos. A veces se ponían la estola de confesar y nos decían: ahora puedes hablar libremente; estas cosas no las debo decir a nadie.
–A propósito: se ha dicho que la Iglesia católica, a partir del Papa, habría podido hacer algo más…
–Müller: Mire, hasta yo aún hoy me pregunto: ¿habría podido hacer algo más? En Alemania entonces había también muchos católicos cuya vida estaba en peligro. Párrocos y obispos, el mismo Papa dijeron palabras iluminadoras; ¿pero cómo habrían podido oponerse más al poder, sabiendo que los católicos habrían pagado las consecuencias de ello? Escuchando los radio-mensajes del Papa, nosotros captábamos entre líneas sus indicaciones.
–¿Hasta qué punto conocían sus familias la actividad clandestina contra Hitler?
–Müller: No había dicho nada a mis padres; a mi padre le habría dado un infarto. Creo que fue un sacerdote católico el que les informó gentilmente. Y cuando la Gestapo irrumpió en mi casa, el valiente no fue mi padre, aunque había sido condecorado con la Cruz de Hierro en la guerra, sino mi madre, quien había escondido todas mis cartas en el horno de dulces. No las encontraron.
–¿Quién le traicionó?
–Müller: El que dio mi nombre a la Gestapo era un conocido, un enfermo. Le he perdonado: aún vive y a veces nos vemos.
–Hablando a los jóvenes de Trento, les ha dicho que el día de la condena a cinco años de reclusión fue el peor de su vida.
–Müller: Me sentía aliviado de que me cayeran sólo cinco años, pero estaba abatido viendo a tres amigos encaminarse a la muerte. A la salida del tribunal nos abrazamos durante un largo tiempo, sin conseguir decirnos nada. Puedo decir, sin embargo, que aquel día todos sabíamos que habíamos sido derrotados por la causa de la libertad y la dignidad del hombre.
–¿Puedo pedirle un juicio sobre los neonazis en la Alemania de hoy?
–Müller: No veo ahí un peligro, porque no se dan las condiciones de los años veinte con el alto desempleo y el resultado de una guerra recién perdida. Por otro lado los neonazis representan una parte verdaderamente pequeña. En todo pueblo existe un porcentaje mínimo de personas… disparatadas.
–¿A qué están llamados hoy los jóvenes?
–Müller: Al valor civil. Es necesario rebelarse siempre cuando uno se encuentra en un Estado en el que la violencia vale más que el Derecho. El terrorismo hoy tiende a superponer la violencia al Derecho.
Fuente/Autor: Zenit