La familia la integraban: papá, mamá y dos pequeños de 10 y 12 años, y todos ellos estaban orgullosos de pertenecer a una clase alta, de abolengo y de refinados gustos.
Vacacionaban en un lujoso hotel de playa e, instalados una elegante sombrilla, vieron acercase a ellos a una mujer de aspecto humilde, que cargaba un costal y llevaba una máscara maltrecha que cubría una desgreñada cabellera. Sus pies calzaban unas sandalias que seguramente mucho tiempo atrás eran limpias y hermosas. De sus flácidos brazos tintineaba una delgada pulsera de campanitas; su rostro estaba surcado de profundas arrugas y de su boca no se lograba apreciar ni una sola pieza dental.
Papá al verla, exclamó: Pequeños, no se le vayan a acercar.
Los niños de inmediato tomaron sus lujosos juguetes y se fueron a refugiar al lado de sus padres.
– ¿Quién es? preguntó uno de ellos.
– Seguramente una viciosa y ladrona. No sé cómo le permiten andar por aquí. afirmó mamá.
La más pequeña no aguantó la curiosidad y se acercó a la mujer, quien estaba inclinada sobre la arena como desenterrando algo que estaba escondido.
– ¿Qué haces?
La mujer se quedó viendo y contestó.
– Me dedico a buscar cristales o cualquier cosa que pueda lastimar a los niños en la playa.
– ¿Desde cuándo lo haces?
– Hace tanto tiempo que no me acuerdo con certeza.
– ¿Y te pagan por ello?
– No me interesa el pago, me basta saber en secreto que con mi trabajo logré evitar que una pequeña como tú no se lastime.
Y la mujer continuó su búsqueda en paz.