Sin poder contener las lágrimas, Cesario Domínguez recuerda el momento en el que encontró los restos de su hija Lucrecia, abandonada por los coyotes que la transportaban en una de las regiones más apartadas del desierto de Arizona. “Los pies me temblaron, no podía acercarme. Ahí estaba mi hija, lo que quedaba de ella”, dijo el inmigrante entre sollozos. Durante un mes, Domínguez -con la ayuda de algunos familiares- recorrió palmo a palmo el desierto de Arizona, siguiendo las indicaciones de su nieto Jesús Abraham Buenrostro Domínguez, hijo de la inmigrante y quien fue la última persona en verla con vida. “Lo único que quería era encontrarla, no podía soportar la idea que de sus huesos quedaran para siempre en […]