Pensemos en una madre. No sé
la tuya, la de un amigo, la de Dios. ¿Cuántas virtudes tan profundas hay en ellas? Parece que su profesión es el dedicarse a formar virtudes. Son tan detallistas, amables, sencillas, trabajadoras, prudentes. Y poseen un gran corazón, una gran capacidad de conocer el interior de los suyos, de saber consolar, saber dirigir y en momentos muy oportunos, reprender. Éste es y siempre será el paquete de carga para cada madre en esta tierra. Dentro de esto hay algo en común. Las madres sí que saben amar, porque amar es ante todo dar. Pero, ¡ojo!, no sólo es dar por dar. Ni dar porque me sobra ni mucho menos. Dar porque después recibiré. Dar, […]