¿Cuántas veces hemos visto separarse dos personas que se aman? Una sonrisa, una fotografía, cualquier cosa que pasa de mano en mano con tal de eternizar la despedida y alimentar el recuerdo. La mayoría de las despedidas son temporales, otras, las más dolorosas, son definitivas. Algunas están programadas, otras, las más duras, son imprevistas. Una de estas despedidas dolorosas e imprevistas fue la que sufrieron cientos de personas, cuando, en la madrugada del 6 de abril, perdieron la vida casi trescientas de ellas durante el terremoto que asoló la zona del Abruzzo italiano.
Fue un acontecimiento que nos ofrece muchas oportunidades para reflexionar en temas centrales de nuestra breve vida. Basta con preguntarnos: ¿qué hubieran hecho esas personas si les hubieran dicho que no volverían a ver otro amanecer? Si a los familiares y amigos de los fallecidos les hubieran dicho que era la última vez que estarían al lado de los que amaban ¿cómo habrían aprovechado esos últimos momentos?
Pero no. Desgraciadamente no tenemos la capacidad de contar nuestros días. Y así, cuántas peticiones de perdón se quedaron en la boca, cuántos te quiero, cuántos gracias, cuántos abrazos, cuántas sonrisas
Ahora nada de eso es posible. La vida sigue inexorablemente su marcha. Sólo queda el: ojalá hubiera
Es tan irónico que nunca descubramos cuánto amamos a alguien hasta que lo perdemos. Normalmente estamos muy preocupados por lo superficial y olvidamos lo necesario. Pero de esto tampoco nos damos cuenta. Basta ver a las personas que perdieron absolutamente todo: casa, trabajo, dinero, etc. Y que ahora descubren lo poco eso importa con tal de tener a su lado hijos, esposa, padres y amigos.
No esperemos a que algo así nos suceda. No dejemos de expresar a los demás, cuán importantes son para nosotros. No basta quererlos, hay que demostrarlo. Y más que con palabras, con nuestras acciones. Ya Quevedo decía que los buenos amigos son como la sangre: vienen a las heridas sin que los llames. Y así tenemos que ser nosotros.
Por una parte, recordemos que recibimos muchas cosas de los demás que no siempre merecemos. Seamos agradecidos por todo ello. La gratitud muchas veces es la mejor y única manera de pagarles a los demás el bien que nos hacen.
Por otra parte, muchas veces nos equivocamos. Incluso podemos lastimar a los demás, aun sin quererlo. No dejemos de pedir perdón por ello. El perdonar es la gran medicina para muchas amarguras interiores innecesarias.
Aprovechemos las oportunidades que hoy, por lo menos hoy, tenemos, para demostrar nuestro cariño a los demás, para agradecer por todo lo que recibimos. Para perdonar y pedir perdón si es el caso. Así estaremos en paz con nosotros mismos y con los demás. Y aunque haya despedidas imprevistas, no serán tan dolorosas. Serán un tranquilo: hasta pronto
Fuente/Autor: Luis Gerardo Vaca, L.C.