“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Rincón Vocacional

Testimonio Vocacional

27 de enero de 2020

Muchas veces me han preguntado porque me hice sacerdote y misionero: “¿Padre, usted no añora a su familia y a su tierra?” “¿Por qué se ha venido hasta aquí de tan lejos?”
Buscando respuestas, me he dado cuenta que no hay “razones” humanas.

Una experiencia vital

Siempre que pienso en el origen de mi vocación, me vienen a la mente las palabras del profeta Jeremías: “Me has seducido, Señor, y me dejé seducir por ti” (Jer 20, 7ss). Siento que mi experiencia es un poco como la suya. No sé cuando empezó exactamente. Sin duda por medio de unos acontecimientos sentí que Alguien me hablaba desde lo más profundo de mi ser con un lenguaje que no se traduce en palabras, y hacía que mi corazón, mi mente y todo lo que yo era, se abriera a una manera de amar muy particular. Tal vez fue el día de mi Primera Comunión. Tal vez fue cuando mi hermano el Padre Angel se fue de misionero a Brasil y mi hermana Sor Maurina se fue a Ecuador. Tal vez fue cuando llegaban las cartas de mi hermano Sante y de mis primos migrantes en Canadá o la muerte del hijo de mi padrino, migrante en Venezuela.
Mis deseos y anhelos más profundos no estaban en encontrar una princesa soñada, ni de terminar una carrera y encontrar un buen trabajo o ayudar a mi padre en el campo. Mi deseo era de viajar por el mundo, conocer gentes. Mi canto preferido era:

“Quiero viajar por el mundo, aunque la gente se ría,
aunque todos me aconsejen
de quedarme,
y quiero irme,
propio porque según ellos,
dormir bajo las estrellas,
te lleva sólo a padecer el frío. Quiero viajar por el mundo
aunque en mi camino,
encontraré la lluvia
que me mojará,
aún con el agua en los ojos, podré ver todas las cosas,
que en un cuarto al seguro
no podré ver jamás”.

Eran los años de muchos sueños y deseos de cambiar el mundo de mi generación. Decía a mí mismo: “Este mundo de alguna manera tenemos que cambiarlo. Y si no lo hago yo, ¿quién lo va a hacer? Quiero, cuando me muera, dejar el mundo un poquito mejor de como lo encontré cuando nací. Y ¿Por qué no hacer eso con Jesús?”
Es curioso: yo era un joven que se abría a la vida y ya sentía como responsabilidad propia los dramas y dolores de tantos hombres y mujeres. Un amor más fuerte que mis pequeñas ilusiones me lanzaba a esta aventura de darme sin límites a los demás. Era el Señor que había pasado por mi vida y no me eché atrás. No tuve pretextos, no tenía razones válidas que me permitieran decir no y seguir viviendo tranquilamente.
Ciertamente Jesús se hizo presente en mi vida con unas personas significativas que me fueron de ejemplo: mis padres Juan Bautista y Teresa, mis hermanos misioneros Padre Angel y Padre Pedro y mis hermanas misioneras, Sor Maurina y Sor Rafaelina y personajes como el Abbé Pierre, Juan Bautista Scalabrini, Papa Juan XXIII, Helder Cámara, Carlos Carreto…dejaron sus huellas en mi vida.

La vocación, secreto del amor

En todos los relatos de vocación que nos presenta la Biblia, existe una constante de parte de Dios, un gesto de amor: “Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré” (Jer 1,5).
Siempre hay una predilección de parte de Señor, que viene a tocar las fibras más sensibles de nuestro corazón. No son los grandes proyectos o las tareas que nos quiere confiar, lo que motiva su llamada. Primero nos llama para estar con El: “Llamó a los que El quiso, y vinieron a El. Así constituyó a los Doce, para que estuvieran con El y para enviarlos a predicar…” (Mc 3,13-15).
El trabajo viene como consecuencia de algo fundamental: la relación íntima y personal con El, que nos lleva a ver al mundo y a los demás de manera diferente.
Como misionero me siento llamado a ir al encuentro de los jóvenes, porque los descubro amados por el mismo Amor, que se ha fijado en mí.
Sí, porque a esta misión el Señor me ha llamado: ayudar a los jóvenes a descubrir el “proyecto de Dios” para su vida, y ponerla al servicio de los Migrantes.Y, por gracias de Dios, todavía no me canso, después de 42 años de recorrer pueblos y ciudades de Italia, México, Estados Unidos y ahora por ciudades y aldeas de esta linda Guatemala.

Déjate seducir por Dios

Joven, es verdad que Dios siempre toma la iniciativa en el llamado, pero nunca te obliga, porque el amor es respeto:
“Si alguien quiere seguirme…”.
Tu respuesta puede ser positiva o negativa; todo depende del grado de confianza que tengas en El, de tu disponibilidad y capacidad de amar.
No te encierres en tu pequeño mundo, en tu pequeño proyecto, en tu carrera, en tu…, en tu… y siempre tú. Sueña en grande, sueña con Jesús, que cuenta contigo para cambiar este mundo. No busques pretextos, para echarte atrás: “Mira, Señor que yo te traicioné, mira que yo la regué, mira que yo no soy de lo mejor…”.
Yo, yo y otra vez yo. El Señor te dice: “¿No le perdoné a Pedro que me traicionó por tres veces? ¿No sabes que necesito de un pecador para hacer un santo? Soy yo que te llamo, no tengas miedo: ¡Yo estaré contigo!”
Tal vez tú, que está leyendo estas líneas, ya has sentido en tu corazón esa presencia que te cuestiona y te entusiasma, porque ya estás en las “cosas de Dios”. Ya estás en un Grupo Juvenil, en un servicio dentro de tu Parroquia o Movimiento, ya participaste en Retiros… No te conformes: Jesús necesita de ti para otras empresas. Es el Jesús Misionero y Migrante que toca a la puerta de tu corazón y te pide más servicio, más entrega: un servicio y una entrega “sin fronteras”.
Déjame decirte que no vale la pena que te escondas, pues El sabe esperar y aguantará hasta que respondas.
Estoy seguro que hoy en día el Señor no se cansa de tocar el corazón de muchos jóvenes, porque todavía hay bastantes que creen en el Amor y saben que vale la pena dar la vida para los demás.

Ojalá el Señor ponga sus ojos en ti y te encuentre disponible para que puedas decir: “Señor, has sido el más fuerte”.

Padre Román

Fuente/Autor: Padre Román, cs

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