Las bienaventuranzas, como ha señalado Benedicto XVI, no son una nueva ideología sino una enseñanza que procede de lo alto
Este pasado domingo, el Evangelio nos ha presentado todo un programa de vida para hacerle frente a los falsos valores del mundo. Las bienaventuranzas, como ha señalado Benedicto XVI, no son una nueva ideología sino una enseñanza que procede de lo alto y que toco a la condición humana, que el Señor quiso asumir para salvarla.
Las Bienaventuranzas son, en efecto, un nuevo programa de vida para liberarnos de los falsos valores del mundo y abrirnos a los verdaderos bienes presentes y futuros. Cuando Dios consuela, sacia el hambre de justicia. La Iglesia no tiene miedo de la pobreza, del desprecio, ni siquiera de la persecución, por desgracia tan unida a lo largo de los siglos al testimonio de vida cristiana; una persecución que se da en una sociedad con frecuencia atraída por el bienestar material y por el poder mundano. Antes al contrario, la Iglesia nos ayuda a soportar los posibles males que nos puedan sobrevenir y a hacerlo por el nombre de Jesús, con espíritu sereno e incluso con alegría.
Es la alegría que brotó del sermón que Jesús pronunció en el Lago de Galilea para proclamar bienaventurados a los pobres de espíritu, los afligidos, los misericordiosos, los que tienen hambre de justicia, los limpios de corazón y los perseguidos. Y es la alegría que sigue brotando hoy cada vez que las escuchamos de nuevo, porque las Bienaventuranzas no son algo del pasado sino un programa de vida que se dirige a todo el mundo, también en el presente y en el futuro.
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