“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Navidad, fiesta de la esperanza

27 de enero de 2020

La Navidad es un niño recostado sobre unas pajas, Dios que se hace hombre, que toma sobre sí toda la miseria de la humanidad para curarla de ella, para liberarla de ella.

Navidad es un redentor que carga sobre su cruz el pecado de todos los hombres, para conseguirnos la amistad con Dios Nuestro Señor.

Enternece el alma ver a ese Dios que baja a la tierra, a compartir todo lo que es un ser humano, viene a ser hermano, a ser un ciudadano más entre los hombres.

Se nos dice: El Verbo se hizo Hombre y acampó entre nosotros. Es decir, puso su tienda entre las nuestras como uno más, quiso venir a experimentar en carne propia lo que era pasar hambre y frío, lo que era sufrir.

¿Qué implicó en concreto hacerse hombre? Nacer como un gitano, pertenecer a la clase más pobre, con todo lo que esto lleva consigo, ganarse el pan con el trabajo de sus manos, cumplir Él mismo el castigo que había puesto al hombre un día, aquel de ganarse el pan con el sudor de su frente.

Vino a obedecer durante 30 años. Vivió de limosna durante tres, durmió muchas noches al raso, reclinado sobre una piedra. Hace falta sorprender a ese Creador del mundo durmiendo una de esas noches con la cabeza reclinada sobre una piedra. Hace falta recordar que hacerse hombre significó, mas tarde, recibir bofetadas, golpes, ser escupido, coronado de espinas, azotado y muerto en una cruz como un esclavo, como un infame.

Aquel Dios del Sinaí reducido ahora a un crucificado, a un aborrecido por todos, igual a nosotros menos en una cosa: en el pecado. Él lo diría más tarde: Bienaventurados los pobres de espíritu…, pero, Él vivió a fondo esto primero. Él es de los que primero hacen y luego dicen. ¡Cuánto cuestan las privaciones y la pobreza!

Cristo fue pobre en su nacimiento, más pobre todavía durante su vida y pobrísimo en su muerte. Cristo supo por experiencia lo que era pasar hambre, frío y privaciones. Cristo caminó siempre a pie, no tenía carro, comía tortilla y frijoles; es decir, la comida del pobre, y no se quejaba.

Aquel Redentor vestía decente pero sencillo. Dudo que tuviera muchos trajes, muchas mudas de ropa. No le alcanzaba para eso, tenía menos del sueldo mínimo para vivir.

Cristo no tuvo vacaciones, su jornada era dura, sus manos no eran finas, ¡tenían callos aquellas manos!

Cristo no tenía casa, vivió de limosna, de lo que le daba la gente, Cristo era un pobre, pero un pobre voluntario, un pobre feliz en su pobreza. Por eso, al decir bienaventurados los pobres de espíritu, sabía lo que estaba diciendo.

El creador del Universo reducido a un niño reclinado en un pesebre, en un establo de animales… Navidad es agradecer a este Redentor su venida a la tierra. Algo es claro en esta historia y es que ese Redentor sí quiere de verdad a los hombres.

El amor se hizo pequeño, se hizo débil, se hizo tierno, se hizo carne, carne como la nuestra, carne que llora, sufre y tiene frío, pero carne de amor. Dios es Amor Encarnado.

Fuente/Autor: Mariano de Blas

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