“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Familia

Ser natural

27 de enero de 2020

Uno de los grandes retos que tienes que afrontar hoy como padre de familia es la buena educación de tus hijos.

Si nunca te lo habías planteado, quizá esta cuestión te traerá oprimido desde que tu hijo cometa la primera imprudencia en el colegio o en tu barrio. Consecuentemente, nacerá en ti el deseo de saber cuál es el método apropiado para hacer de tu hijo alguien decente en la sociedad.

Seguramente pensarás que la clave del éxito o del fracaso se encuentra en las amistades que frecuenta tu hijo. “Dime con quién andas y te diré quién eres”, me argumentarás con la sabiduría popular. Sí, esta sentencia encierra mucha verdad. Pero, como consecuencia lógica, dentro de un círculo de amigos, tu hijo representa el amigo para los demás; así que los demás se referirán a tu hijo como la amistad que influye en los demás. Así que, tendrás que esforzarte para formarlo rectamente.

A veces se ven muchos rostros de padres transfigurados en “el grito” de Munch, porque no descubren si su casa es una incubadora de gamberros o si realmente es una escuela de formación integral.

Tú lo sabrás si tomas el pulso de tu matrimonio. Si lo llevas como Dios manda, y con ello das ejemplo a tus hijos, entonces no tienes de qué preocuparte. Sin embargo, siempre es conveniente aprender el método del buen padre, del buen educador.

No te agobies especulando cómo debes tratar a tus hijos: si tienes que ser comprensivo y bonachón o, por el contrario, si tienes que mostrarte más intransigente que Hitler o más despiadado que cancerbero, o como un tragahombres.

En las relaciones con tus hijos solamente tienes que ser natural. En la diplomacia de familia, cada uno tiene su puesto. Tienes que hacerle ver que tú eres el padre (o la madre) y él es el hijo.

Castígalo cuando se lo amerite y repréndelo cuando es necesario; pero hazlo con bondad. Ayúdalo cuando lo necesite. Háblale siempre. Ríete y diviértete con él. De vez en cuando, haz “travesuras” con él. Respeta sus puntos de vista. Aclara sus dudas. Que vea en ti alguien agradable. Gánate su confianza. Enséñale el valor de la vida. Hazlo agradecido hacia Dios y hacia el prójimo. Pero en todo, demuéstrale que lo amas, y que amas a toda tu familia. En esto consiste la naturalidad en tus relaciones con tus hijos. Así comprarás la obediencia, la formación y el cariño de tu hijo.

Fuente/Autor: Juan Pablo Plascencia

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